Ella rezaba el rosario con aparente devoción pero en realidad pasaba las cuentas mecánicamente porque su pensamiento estaba ocupado por completo en decidir el vestido que se pondría para ir a misa de siete.Él, sentado en el sofá, escuchaba Intereconomía con el mismo fervor con el que su esposa atendía las prédicas del párroco cada tarde.
El muchacho se limpió los zapatos de barro antes de entrar en la casa, se sacudió el agua de la gorra y se dirigió a su habitación sin que nadie se apercibiera de su presencia. Recogió sus cosas —apenas nada— y las introdujo en una pequeña mochila. Después salió con el mismo sigilo con el que había llegado.
(La fotografía es de Esther Siete, tomada con una Lomo)