Nunca comprendimos por qué seguía queriéndole. Con el hígado más grande que el de un ganso sobrealimentado, se aferraba como tabla de salvación a aquella farola contra la que siempre acababan sus naufragios. Ella acudía a recoger sus restos, a recomponerlos, y a devolverlos, igual que hacía siempre, a navegar.