Entre
las ideas de Ursula K. Le Guin y el prólogo de Haraway, en este breve
ensayo de apenas 43 páginas ambas nos hablan de otra historia de la
humanidad, una en que el recipiente fue el primer dispositivo cultural,
no el palo, el cuchillo o la espada (basándose en la hipótesis de
Elizabeth Fisher).
«... la forma natural, adecuada y apropiada
de la novela puede ser la de un saco, una bolsa. Un libro guarda
palabras. Las palabras guardan cosas. Portan significados. Una novela es
un atado que mantiene las cosas en una relación particular y poderosa
las unas con las otras y con nosotras.»
Una historia donde los
cuentos y los buenos narradores son más importantes que los cazadores y
guerreros, puesto que mantienen al pueblo unido, a sus miembros en
cooperación, pues narran la historia de las personas, de sus errores y
pesquisas, de sus encuentros y relaciones... Una narración sin final.
«Mi
bolsa llena de comienzos sin fin, de iniciaciones, de pérdidas, de
transformaciones y traducciones, muchos más trucos que conflictos,
muchos menos triunfos que trampas y delirios; llena de naves espaciales
que se atascan, misiones que fracasan y personas que no entienden.»
Quizá
no es el ensayo más vibrante de la autora, pero sí implanta una
semilla, otro pequeño recipiente que contiene una chispa interior y que
en nuestras mentes (también bolsas de recuerdos, emociones e ideas)
puede generar el movimiento hacia esas narraciones necesarias para
construir el mundo que necesitamos y acallar la voz del cazador, del
guerrero, el asesino, el héroe ensalzado por los de su especie.
«Lo
que Freud consideró erróneamente como la falta de civilización de la
mujer es, en realidad, su falta de "lealtad" a la civilización», Lillian
Smith.