
Uno se puede preguntar dónde empezó todo, el miedo, el deseo o la poesía. Nos gustaría saber dónde comienza la pregunta misma y por qué nos abrasa por dentro desde entonces. Pues bien, todo empezó con la conciencia, con la capacidad de ser conscientes de nuestras miserias. Por eso envidiamos a nuestros parientes, a los otros animales. Viven siempre en la superficie, mientras que los humanos hace tiempo que iniciamos un peligroso viaje a las profundidades, de nuestro ser y de nuestra civilización. No es raro que el poeta o el filósofo se acerquen a los animales con una extraña mezcla de envidia y superioridad, porque, si hablamos de ellos, y usamos la palabra, es que estamos por encima, aunque la palabra implique una cruel inmersión. Walt Whitman en “Hojas de hierba” expresa bien esa mirada: “Creo que podría transformarme y vivir con los animales. ¡Son tan apacibles y dueños de sí mismos! Me paro a contemplarlos durante tiempo y más tiempo. No sudan ni se quejan de su suerte, no se pasan la noche en vela, llorando por sus pecados… Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas…”
