LA LUZ DE UNA MAÑANA LLUVIOSA apenas consigue atravesar el cielo. Hoy los
árboles del patio de recreo parecen como si respirasen todos a un tiempo su misma
melancolía. Hace ya un tiempo que le ronda la idea por la cabeza. Ni la oración
ni el ayuno han podido con la tentación. Está cansado, simple y llanamente. Años de abnegación, de abstinencia y estudio se
han quedado reducidos a un vacío insensible a la esperanza. Tantas horas de trabajo
y demasiada soledad han dejado una huella amarga en su carácter. Siempre a
disposición de las necesidades de la iglesia como así se hacen llamar los caprichos de sus superiores.
Vivía
sin motivación alguna. A su alrededor el espíritu original que movía el mundo se
había extraviado. Cada escándalo era un suma y sigue de un gran disparate del
que se sentía ajeno. Ochenta años de siervo eran más que suficientes para expiar
los pecados de una vida que pesaba demasiado. No era momento de seguir buscando
argumentos a su favor, había llegado la hora de actuar.
Sin darle más vueltas
al asunto, sus piernas se arrastraron hasta la capilla del colegio. Por suerte en
su interior no había nadie. La vela eléctrica del sagrario parpadeaba como un
faro en la lejanía. Con gran esfuerzo se arrodilló en uno de los bancos y
descansó durante unos minutos. Cuando su respiración recuperó su ritmo pausado, ya en un profundo recogimiento,
su alma comenzó a orar.
“Ni se te ocurra”, le advirtió la voz. “Lo que vienes a
pedirme es un atrevimiento intolerable e indigno de ti”, tronó la voz divina.
“Dios mío, concédeme lo que te ruego con humildad. Soy viejo, estoy enfermo,
¿qué más puedes esperar de mí, de este saco de huesos inservible? Nada más
abrir los ojos, tengo que ponerme las gafas para no tropezar. Cuando quiero
levantarme de la cama tengo que tener el bastón cerca. Dentro de un vaso guardo
la dentadura postiza, y como ya estoy duro de oído necesito el audífono para poder
escuchar lo que me dicen mis hermanos. Perdona si te parezco insolente pero, ya
no puedo más, no me siento de este mundo”.
Tras muchas horas de un tira y afloja, de un afloja y tira, el Creador
se resignó. “Ay Manuel, Manuel, ¡qué sacrificio me pides! Me pones en un brete,
no lo sabes tú bien, pero bueno, como te veo tan ofuscado con la idea, hazlo.
Eso sí, con una condición: haz que parezca un accidente. No se te ocurra
tirarte por la ventana ni nada por el estilo. Que bastante mal estamos ya como para seguir dando que hablar.”
(A Eduardo. Dondequiera que estés)