Resignación divina. relato

Publicado el 30 enero 2012 por Isladesanborondon
LA LUZ DE UNA MAÑANA LLUVIOSA apenas consigue atravesar el cielo. Hoy los árboles del patio de recreo parecen como si respirasen todos a un tiempo su misma melancolía. Hace ya un tiempo que le ronda la idea por la cabeza. Ni la oración ni el ayuno han podido con la tentación. Está cansado, simple y llanamente.Años de abnegación, de abstinencia y estudio se han quedado reducidos a un vacío insensible a la esperanza. Tantas horas de trabajo y demasiada soledad han dejado una huella amarga en su carácter. Siempre a disposición de las necesidades de la iglesia como así se hacenllamar los caprichos de sus superiores.
Vivía sin motivación alguna. A su alrededor el espíritu original que movía el mundo se había extraviado. Cada escándalo era un suma y sigue de un gran disparate del que se sentía ajeno. Ochenta años de siervo eran más que suficientes para expiar los pecados de una vida que pesaba demasiado. No era momento de seguir buscando argumentos a su favor, había llegado la hora de actuar.
Sin darle más vueltas al asunto, sus piernas se arrastraron hasta la capilla del colegio. Por suerte en su interior no había nadie. La vela eléctrica del sagrario parpadeaba como un faro en la lejanía. Con gran esfuerzo se arrodilló en uno de los bancos y descansó durante unos minutos. Cuando su respiración recuperó su ritmo pausado, ya en un profundo recogimiento, su alma comenzó a orar.
“Ni se te ocurra”, le advirtió la voz. “Lo que vienes a pedirme es un atrevimiento intolerable e indigno de ti”, tronó la voz divina. “Dios mío, concédeme lo que te ruego con humildad. Soy viejo, estoy enfermo, ¿qué más puedes esperar de mí, de este saco de huesos inservible? Nada más abrir los ojos, tengo que ponerme las gafas para no tropezar. Cuando quiero levantarme de la cama tengo que tener el bastón cerca. Dentro de un vaso guardo la dentadura postiza, y como ya estoy duro de oído necesito el audífono para poder escuchar lo que me dicen mis hermanos. Perdona si te parezco insolente pero, ya no puedo más, no me siento de este mundo”.
Tras muchas horas de un tira y afloja, de un afloja y tira, el Creador se resignó. “Ay Manuel, Manuel, ¡qué sacrificio me pides! Me pones en un brete, no lo sabes tú bien, pero bueno, como te veo tan ofuscado con la idea, hazlo. Eso sí, con una condición: haz que parezca un accidente. No se te ocurra tirarte por la ventana ni nada por el estilo. Que bastante mal estamos yacomo para seguir dando que hablar.”
(A Eduardo. Dondequiera que estés)