Revista Diario
Algunos martes por la mañana he pasado por la esquina y la cola de gente esperando la doblaba. Aguardaban a que abrieran las puertas del Economato Resurgir, en el corazón de Huelva. Todas las veces que observé esa cola, me dieron ganas de pararme, de charlar con ellos, de mostrarlos, a través de la radio, como lo que son: los auténticos sufridores de esta estafa que llaman crisis. Nunca lo hice. Me pudo el pudor.
Esta mañana, el presidente de la ONG que gestiona este supermercado social subvencionado por administraciones públicas y otras entidades, nos ha contado que el perfil de los beneficiarios ha cambiado sensiblemente. Han pasado de atender al "pobre crónico de barios marginales" a familias de clase media que se han quedado sin nada.
Por fin, y con la excusa de una convocatoria a los medios de comunicación por la renovación de un convenio para su financiación, se nos han abierto las puertas. Pero cuando han visto las cámaras y los micrófonos, los usuarios han corrido despavoridos.
Yo he querido quedarme un rato charlando con los voluntarios. Son unos sesenta, la mayoría mujeres y jubilados. Algunas llevan catorce años haciendo de cajeras en este economato. Ellas sí que han visto cómo cambian los rostros de los que vienen a comprar. Una de ellas me decía que vienen muchos jóvenes, con niños pequeños, o mayores con pensiones que ahora son el único sustento para ellos y las familias de sus hijos.
En las estanterías, productos de primera necesidad, de aseo personal o de la casa. Un pollo, a 93 céntimos, un paquete de pañales a menos de tres. "Las salchichas se las llevan mucho porque están a diez céntimos", me contaba otra de las voluntarias. Ellas les asesoran a los que lo necesitan aunque, una de las señoras que hacía las veces de cajera me aseguró que hay beneficiarios, que les dan una auténtica lección de cómo debe hacerse una compra.
En este economato, 20 euros de compra corresponden a 130 en un supermercado normal. Los productos son de primeras marcas y están en perfecto estado. La diferencia en el precio es debida a que tres cuartas partes del precio están subvencionadas por administraciones públicas como la Diputación de Huelva y otras empresas y entidades.
Charlando con ellas, les confesé que algún martes por la mañana, me había sobrecogido la cantidad de personas que esperaban a la puerta. Una me contó que los martes son los días en los que llegan los autobuses de la gente de la sierra. O sea, que los que esperan en las colas de los martes son mis paisanos, algunos hasta de mi propio pueblo, conocidos seguro.
Y he estado pensando en ellos, mientras me recitaba a mí misma y de memoria este pequeño y precioso canto a la pobreza de Eduardo Galeano que, en mis años de facultad, colgaba en la puerta de mi habitación.
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.