
Dedicaba sus últimos días a pensar. Sabía que el final estaba cerca, pero no tenía miedo. Tranquila se mecían sus recuerdos bajo la luz de la luna, que difuminaban sus manos llenas de manchas y grietas, jugando con un chal de lana. Se colocó el rodete y suspiró. Dejaba un buen legado de mujeres a las que había abierto los ojos. Estaba convencida que la estirpe de sus brujas daría mucha guerra y se sentía orgullosa.