Mi padre llamaba harpía a mi madre. Nunca lo entendí. Ella era una mujer abnegada y amable que me preparaba bocadillos de tortilla cuando iba de excursión con los compañeros de clase, me arropaba por las noches y nunca se olvidaba de regalarme algo por mi cumpleaños. Mi padre, sin embargo, era un mamarracho que se pasaba el día bebiendo cerveza y rascándose la entrepierna.
Un día le pillé con nuestra vecina, la Amalia. Le sobaba las tetas en el rellano. Bajé las escaleras sin hacer ruido y fui a casa de mi amigo Miguelón para pedirle un cuchillo. No preguntó. Subió conmigo hasta el descansillo de mi casa y se quedó mirando mientras yo sorprendía al cabrón de mi padre y a la puta harpía de la vecina con la falsa subida y restregando sus mulos contra los de él, que ya tenía los pantalones a media pierna. Sin mediar palabra hundí el cuchillo en la redonda panza de mi padre y, sin darle tiempo a que reaccionara, se lo clavé a Amalia en el gaznate.
Llevo diez años a la sombra, pero vengué a mi santa madre. Los días de visita me lleva bocadillos a la cárcel. Y hay una harpía menos en circulación. Qué rabia me da que la RAE sea tan machista que no contemple la palabra "harpío". Al menos contempla el término "cabrón"...