Revista Literatura

Retrato de un laburante que trabaja en Navidad

Publicado el 24 diciembre 2014 por Netomancia @netomancia
Levantarse, desayunar, mirar de reojo la silla donde está la ropa de trabajo sabiendo que vestirse para salir a ganarse el pan será el próximo paso... rutinas que parecían incrementar la gravedad del planeta, oprimiéndolo contra el suelo como si fuera un botón que algún gracioso apretaba con bronca.
Al menos esa taza de té caliente lo iba sacando de la somnolencia, dándole al mismo tiempo un extra de energía. Las tostadas estaban bien, la mermelada de frutos rojos les sentaba como ninguna otra. Por la ventana veía la forma en que la nieve caía y se acumulaba en los bordes de la ventana. Afuera hacía frío. Habitual para la época.
Limpió las migas del individual, llevó la taza hasta la canilla y la enjuagó con un poco de detergente, ordenó la mesa y recogió sus ropas. Se metió en el baño con un gran bostezo en la boca.
Salió unos minutos después, ya cambiado, listo para salir. Hizo un alto en el espejo del living y quitó un par de migas extraviadas en su barba. Se encaminó hasta la puerta. Suspiró resignado ante el picaporte. Podía escuchar el sonido del viento cabalgando las ramas de los azotados árboles, que sin poder defenderse se dejaban vapulear por la vil naturaleza. En el perchero estaba su gorro. Lo tomó con bronca. Abrió la puerta y salió.
Los pies se enterraban en el colchón de nieve y volvían a quedar en libertad, para luego repetir la escena, una y otra vez. Los copos blancos, lejos de transmitir felicidad, lo atormentaban y la idea de pegar media vuelta para regresar a la cálida habitación para beber otra taza de té ganaba fuerza en su cabeza, aunque sabía muy bien que nunca ocurriría. Cuando uno sale a trabajar, ya no hay retorno posible.
Su vehículo estaba en el garaje, que se parecía más a un establo que a otra cosa, con su rústica construcción en madera. La puerta corrediza dejó a la vista el enorme trineo. Los renos descansaban en la parte más alejada. Con un silbido potente logró que se despertaran al instante. No habría desayuno para ellos, a lo sumo los dejaría pastar en el camino. Pero no mucho. No quería ir demasiado pesado.
Miró el reloj. Tenía que pasar por la gran fábrica de juguetes más temprano que de costumbre. A la noche era el gran reparto anual. Odiaba esa fecha, pero no tenía escapatoria. Con un resoplido de fastidio subió al trineo.
- ¡Jo! ¡Jo! - azuzó a los animales y ganó velocidad. El viento golpeaba su rostro, pero por fortuna el traje lo protegía del frío. Pronto se convirtió en una mancha roja en el cielo, hasta desaparecer por completo. La casa quedó en silencio, acumulando nieve en las ventanas.

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