Ahora por fin es el día. La verás. Sentirás el calor necesario para llenarte de sus aromas, tu deseo esperanzado en su cuerpo de fantasía. Te paras frente a la puerta y tocas el timbre y sale un viejo y te dice que esperes en la salita. Pasan como 10 minutos y el hombre vuelve a salir y te alcanza una bebida con unos panecillos calientes. Tú sonríes y tomas el refresco, sientes un calor interno, estás fascinado con los cuadros barrocos del salón.
De repente todo gira a tu alrededor, notas que a duras penas puedes mantenerte en pie. Casi a rastras llegas a la puerta y abres. Allí está imponente sonriéndote, tocándote como lo habías pensado, impávido tratas de comprender. Te sonríe y te abraza con su cuerpo flácido arrastrado por los años de impudicia. Tratas de escurrirte pero sientes el vaho de su piel que no te suelta, levantas la mirada y sabes que no saldrás jamás.
