Andar al encuentro sin la vista educada de forma precisa fue una locura tal como e tomarse en el Pequod sin un solo conocimiento en el manejo del arpón. La tarde era uno de esos cestos llenos de serpientes que se ven en algunas películas. Una madeja de hilo que desenmarañar donde todas las calles parecían conducir al mismo sitio. Iguales dos a dos. A veces también a tres y a más. Un dédalo de espejos donde mientras el cielo. Sí, el cielo siempre mientras, como manto profundo o confín superior horizontal, qué cosa. Así, retirar el sudor de la frente y pararse a descansar hubiera significado si no el fin, al menos sí el primer paso para retroceder, para caminar hacia atrás sin gracia alguna de la forma más pueril y torpe. Como sí rebobinaras una vieja cinta de vídeo analógica de la familia donde la niña entra o sale del agua de manera poco armónica. Una y otra vez. Hacia adelante y hacia atrás. El cesto de serpientes. El laberinto. La madeja. En definitiva la vida, que viene y va.