Revista Diario

Rizos Vader

Publicado el 15 diciembre 2015 por Rizosa
Llevo dos días viendo las pelis de Star Wars, porque sé que alguien me va a llevar a ver la nueva y no quiero quedar de paleta ignorante. Ya sé, ya sé, podéis quitarme el carnet de friki si queréis, pero es que a mí esta saga ni me va ni me viene. O sea, not bad, pero no es el tipo de película que más me apasiona. 
Pero bueno, que estoy haciendo los deberes como una niña buena y me estoy tragando la historia pastel de Padme y Anakin y el descenso a los infiernos dantescos de este último. Y mientras le observaba corromperse más y más y dejarse llevar por su miedo y su ira y su odio, me puse a recordar aquellos momentos de mi vida en los que he sido malvada y a tratar de imaginarme qué tipo de Sith sería yo. 
Y me he acordado de aquella época de mi infancia en la que todos los criajos coleccionábamos tazos. O algo similar, que tampoco recuerdo bien. La cuestión es que la mayoría de los que tenía yo eran muy malos, de los más comunes y con los que no ganaba ninguna partida. Mi madre nunca quiso malcriarme con esto de ser hija única, así que no era de esas mujeres que les permitían muchos caprichos a sus retoños y nunca me compraba sobres de cromos, chorradas innecesarias o tazos. Y por eso me ganaba todo el mundo a las canicas o a lo que fuera, claro. Por eso y porque soy muy mala a este tipo de juegos, también.
La cuestión es que el hermano mayor de mi mejor amiga tenía los mejores tazos del universo conocido. No tengo ni idea de cómo los había conseguido, (seguramente extorsionando y dando palizas a los niños más pequeños) pero la cuestión era que cuando él llegaba con su mazo de tazos, los demás sabíamos que era nuestro fin.
Un día fui a su casa a merendar con mi amiga y él no estaba. Y en un momento en el que me senté sobre la alfombra del dormitorio  mientras nos zampábamos dos sándwiches con nocilla y bebíamos batido, los vi: toda su colección de tazos en una caja. Fue como las tentaciones de Jesucristo en el desierto, puesta ahí para que yo la cogiese. Y me resistí un poquito, eh. Durante un rato la ignoré y seguí jugando con mi amiga... hasta que ella dijo que iba al baño y me dejó sola ante la tentación. La caja y yo. 
Cogí dos y los guardé junto con los míos. Sólo dos, de verdad. Pero dos de los buenos.Y cuando ya me iba a ir a mi casa porque se hacía tarde... el hermano volvió. Nos llamó y se puso a contarnos no sé qué, y acabó hablándonos de una partida de tazos que iba a echar con su colega al día siguiente. Os prometo que yo ya estaba con un pie en el ascensor, pero como soy lerda profunda no pude retener la lengua y dije: "uy, pues hoy me han salido dos tazos muy buenos". ME PUEDE LA VANIDAD.Como era de esperar el chaval me pidió que se los enseñara, y cuando los saqué del bolsillo con las manos temblonas él entrecerró un ojo y, mirándome con suspicacia, me dijo que eran muy difíciles de conseguir y que había tenido mucha, mucha suerte. Yo me encogí de hombros (ya era muy consciente de que la había cagado pero bien) y dije alguna tontería digna de mi estado de miedopavor. Pero antes de que pudiese moverme, el chico fue corriendo a su cuarto a por sus tazos y volvió gritando desde el pasillo que yo le había robado. BEA ME HA QUITADO DOS TAZOOOOOOOS. Seguro que en un pueblo de Teruel lo escucharon.
Ese fue el peor momento de mi hasta entonces corta vida. Salió su madre a ver qué pasaba, y como yo era la niña más buena del barrio y él era un macarra, encima acabó castigado y yo me fui de rositas a mi casa con dos tazos en el bolsillo que me quemaban cual lava volcánica.
No pude dormir en toda la noche, y al día siguiente fui a confesárselo todo a mi madre que, por supuesto, me regañó muy fuerte y me obligó a devolver los tazos. 
Y ese ha sido el mayor intento de maldad de mi vida hasta hoy. También está aquella única vez que intenté copiar en un examen en Griego de segundo de BUP, pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión. O no, porque la lié muy fuerte y ni copié ni aprobé.
Como Lord Sith no valgo un peo, vaya. 

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