Revista Literatura
Cuesta encontrar a alguien que no haya visto al menos una película suya. Tanto como cuesta que, después de verlas, pasen desapercibidas. ¿Necesita presentaciones?
Hoy se nos va un genio. No le conocí en persona, no soy quién para juzgarle por tal cosa por muy bien que todos hablen de él. Pero viví en sus películas y crecí con ellas, maduré con ellas, aparecí con ellas.
Flubber me pilló de niña y como casi todas las de mi edad tuve mi propia bola pegajosa verde con la que jugaba y, seguramente, descubrí mi pasión por la cerámica y la escultura.
Más adelante, nuestra profesora de ética nos descubriría esa joya sin la cual no sería quien soy. El Club de los poetas muertos. Allí empezó mi verdadera pasión por la literatura, el arte de inspirar versos y crear vida combinando las palabras adecuadas. Y sí, allí empezó mi amor platónico por Ethan Hawke.
Y quién no creció con Hook. Quién no ha visto un millón de veces a la señora Doubtfire y reído hasta que se le saltaron las lágrimas. O quién, siendo más cinéfilo, no se quedó con su cara en Buenos días Vietnam o se pegó a la pantalla mientras veía El indomable Will Hunting y supo que por fin Robin había encontrado el papel que le daría el Oscar.
Pero Robin Williams siguió vendiendo ilusión a lo largo de toda su carrera; vendía algo de lo que en sus últimos años parece que carecía. Nos hizo soñar y volver a llorar con Patch Adams, y puso voz al genio en la versión original de Aladdín. ¿Era ese su gran secreto? ¿Utilizar la risa para esconder la tristeza?
Llegué a verme Jumanji tres veces en la misma semana, porque en aquella época no tenía muchas películas y las que tenía ya me las sabía de memoria. Soñé durante noches con aquel tablero y uno de los primeros relatos que escribí se inspiraba en esa historia, en personajes que cobran vida y juegos que se nos van de las manos. Y aquí es donde me pregunto yo... ¿Cuándo sabemos si es la vida la que se nos va de las manos?
Es increíble cuánto puedes querer a alguien y aun así nunca ser consciente de su dolor interno, de la agonía que siente y la de monstruos que combate en silencio. A veces es depresión o exceso de pasado. Otras ansiedad o exceso de futuro. Pero existen casos de gente sin enfermedades diagnosticadas que viven en un exceso de presente, se sienten miserables, no encuentran a qué agarrarse cuando todo parece derrumbarse. ¿Qué te pasó a ti, Robin? Combatir adicciones durante años es la peor forma de agotar nuestras fuerzas. Nos quedamos en nada, incapaces de seguir o de querer resistir. Tendemos a pensar que necesitamos ayuda; y eh, no está mal pedir ayuda. Pero por lo general nadie excepto nosotros es capaz de salvarnos.
Lo que no todos nos dicen es que merecemos ser salvados.
Nanu Nanu, Robin Williams.