Revista Diario

Robo con bandeja.

Publicado el 16 agosto 2010 por Sanchez
Este domingo ha sido fiesta en todo el país, sin importar si eran ciudades grandes o pueblos pequeños. La afluencia de turismo en muchas zonas es muy abundante, duplicando o triplicando su población.
Estamos en un año duro en lo económico y las ofertas de vacaciones se multiplicaron con una única misión: conseguir turismo de última hora que estuviese indeciso.
Hasta ahora no es nada fuera de lo usual en cada verano ni nos debemos alarmar o extrañar por ello. Sin embargo, también existe otra actitud normal entre la hostelería, alimentación y bares de copas: subir los precios de forma abusiva en las fechas de mayor afluencia turística para aprovechar su propio «agosto». Claro que esto es habitual, año tras año, pero ello no significa que nos tengamos que callar y tolerarlo.
El sábado, en mi ciudad, era el colofón festivo de la Semana Grande. Unas fiestas que atraen a un turismo extranjero ávido de conocer lugares con historia y/o de disfrutar de kilómetros de playas, pero también a un turismo de ‘andar por casa’. Unos que regresan en estas fechas a su ciudad de origen para pasar unos días con los suyos, otros porque residen en zonas colindantes y aprovechan esa proximidad para disfrutar de un día de fiesta.
Sea como fuere, la población de mi ciudad se duplicó en todo su esplendor pareciendo un panal de abejas en plena faena; miles de personas yendo de un lugar a otro para no perderse ningún evento. Pero claro, como es lógico, entre uno y otro la multitud se va parando a repostar cual coches con los depósitos vacíos. Y ahí, como buitres despiadados a la espera de su presa, estaban los diferentes establecimientos de copas, restaurantes o chiringuitos, para llevarse los cuartos ajenos de una forma descarada como un robo a mano armada, consentido y legal.
Para que os hagáis una idea: había bancos fijados en la acera situada frente a la playa (eso sí, de forma estratégica y precisa) para una mejor visión del momento cumbre de dichas fiestas: los fuegos artificiales.
Bien, pues en ese entorno y en uno de esos bancos, a las 11 de la noche, estaba la que os escribe pidiendo unos refrescos para ella y sus tres acompañantes. He dicho bien, refrescos, o sea, una cocacola, un batido de chocolate, un zumo y una cervecita. Pues ante este derroche de alcohol y desenfreno, como habéis observado, llegó el momento crucial: pedir la cuenta. Creo que pocas veces en mi vida me he llevado un susto tan grande, sin mover un músculo de mi cara, por no saber si tomármelo a risa o matar al emisario.
¿Os imagináis cuál fue el coste total de dicho desenfreno nocturno? El precio fue de 18,5 €.
Sí, reconozco que incluso ahora, más de veinticuatro horas después, lo sigo escribiendo con la misma incredulidad con la que ayer lo escuché pensando que era un atraco con alevosía y premeditación, y lo que es peor, totalmente legal.
Eso sí, como a esta ‘gente’ se le ocurra quejarse de la baja tasa de turismo y agregue algún comentario sobre la situación económica por la que atraviesa el país, es para matarlo directamente, alegando que ha sido en defensa propia y por una enajenación temporal producida por el shock de ayer y del que, en verdad, tardaré mucho tiempo en recuperarme.

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