Revista Talentos
Don Juan dejaba buenas propinas: al camarero cortés, unas mangas de seda con las que convertir su humilde chaleco en una levita; al cartero que traía buenas noticias, suelas de caramelo para endulzar sus caminatas; y al ladrón que robó a los banqueros, el corazón de plomo del Príncipe Feliz.