Romain Gary o el suicida que se mató varias veces

Publicado el 29 octubre 2015 por Kirdzhali @ovejabiennegra

Romain Gary escribió: “Émile Ajar soy yo” y luego se voló los sesos con una pistola.

Romain Gary

Tanto Gary como Ajar habían ganado el premio Goncourt, el más importante de las letras francesas y el mismo que solo se puede recibir una vez en la vida.

Sin embargo, ambos eran la misma persona. Aquellos nombres no eran más que los seudónimos – o los heterónimos – del lituano de origen judío, Roman Kacew.

Durante su juventud, él y su madre vivieron en diversas ciudades. Desde Vilna – en la que nació – hasta Varsovia y Niza, donde llegó a dominar el francés y decidió ser escritor.

Su madre le dijo que un nombre tan eslavo como el suyo no era adecuado si quería convertirse en una estrella de las letras francesas, por lo que durante meses, el joven buscó el seudónimo adecuado. Con los años, esta necesidad se convirtió en un placer, en un juego con el que el artista se escondía de los críticos y de los lectores para burlarse, desde una trinchera, de la banal crueldad de estos.

Romain Gary fue la primera máscara que adoptó Kacew y con ella publicó “Les racines du ciel” en 1956, novela que le hizo acreedor al premio Goncourt.

Se convirtió en un icono de las letras, pero, con el tiempo, los críticos y los lectores lo abandonaron, interesándose más en su vida personal, llena de vaivenes y escándalos por sus ideas políticas o por su matrimonio con la trágica actriz, Jean Seberg.

Jean Seberg también fue la protagonista de “Diana o la cazadora solitaria”, una autobiografía novelada de Carlos Fuentes, quien fue su amante por un tiempo en México…

La crítica, implacable, calificó a su literatura de trasnochada – “con aroma a romanticismo rancio” –, al tiempo que se entregaba a los encantos de un misterioso y joven escritor que, desde Río de Janeiro, enviaba sus novelas a la editorial Gallimard.

Nadie, ni sus editores, sabía una palabra de la vida de este joven escritor que se hacía llamar Émile Ajar y, pronto, muchos intelectuales sospecharon que él no era más que un disfraz tras el que se escondía algún autor consagrado como Raymond Queneau o Louis Aragon.

Lo cierto es que nadie imaginó que el trasnochado Gary se había puesto de sombrero a los críticos, a Francia y al mundo entero, transformándose en un genio adolescente de origen exótico.

Pero el triunfo definitivo de Kacew/Gary/Ajar – entre otros seudónimos – se produjo cuando los críticos que menospreciaban al escritor trasnochado otorgaron el Goncourt al misterioso Émile. Rabo y orejas se llevó el lituano nacionalizado francés, pues había violado el primer mandamiento del premio, poseyéndolo dos veces.

Las risas, sin embargo, duraron poco. Romain Gary ahora debía cargar sobre su espalda con el peso no solo de uno, sino de dos escritores famosos que competían entre sí. Incluso tuvo que convencer a un familiar suyo para que prestara su cara a Emile Ajar.

Su escape se transformó en una cárcel.

“Mimos” una novela escrita en forma de anillos (léala y comprenderá).

En 1979, Jean Seberg, su exesposa, se mató. Al parecer se había suicidado con una sobredosis de barbitúricos, incapaz de soportar la pérdida de su bebé y el acoso del FBI, que organizó una serie de campañas en su contra por considerarla simpatizante de los Panteras Negras, activistas afroamericanos.

Romain Gary no pudo superar la pérdida y apenas unos meses después decidió seguir aquel camino.

Hace unas semanas terminé de leer la novelaMimos” que lleva la firma de Emile Ajar. En esta, un hombre insignificante busca salvarse del anonimato a través del amor. Todos los días, espera con alegría la salida de la señorita Dreyfus, una compañera de trabajo, para verla aunque sea unos instantes, perdiéndose en sueños románticos que jamás pasan de eso.

Su hambre de amor lo empuja a adoptar una pitón para que su abrazo violento le haga sentirse amado. Eventualmente, el hombre insignificante se funde con el reptil hasta el punto de ser absorbido y termina en un manicomio, incapaz de detectar las diferencias entre el hombre y la fiera.

Acaso el fin de aquella novela es una alegoría de la vida del autor y de cualquier individuo de clase media o alta que ha vivido en la segunda mitad del siglo veinte: las comodidades, el lujo y la fama se utilizan como sustitutos sintéticos para la falta de amor. Son como el abrazo de la pitón que saca de la invisibilidad, pero solo para conducir al aislamiento, la demencia y el abandono.


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