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Publicado el 28 junio 2012 por Joanaabrines


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NOTTE 1 // 21 de junio de 2012
Llegamos volando a Flumicino, aterrizamos puntuales y salen las maletas por la cinta 11. Cogemos un bus-lanzadera hasta el centro de Roma. Estamos 1 hora asimilando el nuevo destino que parece sacado de una película de Fellini. Sentados en la parte trasera de un autobús de medio trayecto, recordamos nuestros anteriores viajes: viajes de adolescencia, viajes de descubrimientos. Idas y vueltas mirando a través de la ventanas granuladas de los Alsas entre Madrid y Barcelona. Paramos en el Vaticano y vemos St. Angelo de lejos; bajamos en Termini, la estación de corte fascista que diseñó Mussolini. 
Viajamos con 2 trolley, un bolso y una maleta. No nos situamos en el mapa y cogemos un taxi oficial, de los blancos con cartelito amarillo, que nos cobró más que un taxi ilegal y eso que veníamos avisados. El taxista icono italiano nos da unos consejos de recién llegados y advierte con la seguridad del que se cree original: “el tráfico es Roma es un monumento”. En pocos minutos vivimos el caos, los frenazos, los pitidos a los transeúntes que comparten calzada con los automóviles y los adelantamientos imposibles. En los asientos de detrás y de viaje todo se ve como una aventura. Grabamos la carrera para sacarle provecho. Paramos en Piazza Spagna, nos enseña las escalinatas a mano derecha y giramos a la izquierda. Pide permiso a una pareja de carabinieri y se mete en una calle amplia con turistas en la calzada y tiendas pijas a cada lado con un castañero en la esquina hasta que cruzamos con Vía Belsiana, unos metros más allá paramos ante nuestro destino. Vicolo Belsiana: un calle estrecha y peatonal con un restaurante y una tienda de cachemir que conviven con un bloque de pisos: ¿Vivienda habitual o residencia eventual de turistas como nosotros? No recibimos respuesta porque la persona que había enviado nuestro “anfitrión”, término que utiliza airbnb para entablar conversación entre clientes, no entiende español ni habla italiano y solo mediohabla inglés. Cuando todo el trámite ha terminado, deshacemos las maletas y ocupamos las estancias del pequeño loft del centro histórico de Roma que los padres de Joan muy acertadamente han elegido para nosotros. Durante 3 días y 4 noches, si nada se complica, hemos cambiado nuestra Plaça Espanya de Barcelona por la Piazza Spagna de Roma. Una exquisita forma de inaugurar el verano del amor.
Con la sensación de haber sido estafados en una ciudad extranjera, salimos a la calle y elegimos un restaurante para cenar cerca de la Embajada Española. Tuvimos nuestro primer encuentro nocturno con las moscas, mosquitos, arañas y demás insectos voladores no identificados. De noche, de resaca aérea y en tacones elegimos un peldaño de la escalinata que Audrey Hepburn hizo famosa en “Vacaciones en Roma” y tomamos 2 birras por 5 euros vendidas por unos paquis. Nos sentimos como en casa y nos recogimos pensando en nuestra primera jornada estival en la ciudad más caliente del planeta. Nos fuimos a la cama sin hacer ruido, dormimos en un altillo con vistas a los tejados romanos, escuchamos a nuestros vecinos y nos volvimos a sentir como en casa. A mitad de la madrugada el aire acondicionado amenizó el descanso de dos cuerpo demasiado jóvenes que continúan conociéndose.