Necesito algo que me haga concha el corazón. Este verso pertenece a un poema de Daiana Henderson (Paraná, 1988). La expresión coloquial parece resumir el deseo de una época donde las turbulencias emocionales conviven con una meseta parecida a la producida por los efectos de la prescripción compulsiva de antidepresivos pero también es una clara secuela en quienes se criaron durante el menemismo. Es común encontrar en los poetas nacidos en los ochenta un pedido de sentido a la cotidianidad. El poema compone Un foquito en medio del campo, libro con el que Daiana ganó el Primer Premio en el Concurso Municipal de Poesía Felipe Aldana 2013 de Rosario; que fue compartido con el asombroso Leiden y otros textos, de José Sainz (Rosario 1987); Los dos autores pertenecen a la categoría mayores de 21 años del certamen. Leiden y otros textos impacta por la evidente talla de un lenguaje que recurre al verso, la prosa y el versículo para establecer un panorama sin fisuras. Su lenguaje está compuesto de una plasticidad más cercana al concreto utilizado en grandes rascacielos para que se doblen ante los tornados que a la arcilla que puede moldearse con los dedos. En el mundo de este poeta el tiempo no existe y todo confluye en un ahora que puede albergar cualquier estadío espacio-temporal. En cuanto a su método “son procesos simultáneos —explica—, que se sostienen mutuamente: la duda y el avance, la reconstrucción y la incertidumbre; en el fondo, se me ocurre, debe estar intentando ponerle bordes a la experiencia, debe creer que una versión clara de las cosas, cualquier versión, sea o no del todo verdad, alcanza para entender, para explicar algo”. “Escribir es en gran parte trabajar con la memoria —dice Henderson—, la memoria individual y la colectiva. Es una manera de reconstruir la historia. Creo que hay algo más que interesante ahí, y muy poderoso, se produce una especie de conocimiento de lo propio, de lo íntimo, de lo personal. Lo familiar se vuelve extraño al exportarlo a un código lingüístico, adquiere una fuerza propia que se desprende de la referencia autobiográfica, para brillar por sí solo.” Por su parte, Sainz no cree en la nostalgia en referencia a su libro: “No creo que el narrador esté en el medio de un ejercicio de nostalgia, intenta, supongo, determinar si tiene los recuerdos bien sintonizados, si el tiempo y la distancia no transformaron los hechos en algo distinto”.
La niña japonesa
La gran sorpresa en el concurso se dio en la categoría menor: Sol Figueroa, una adolescente de 15 años que presentó 101: Memorias de un pianista, un poemario escrito por heterónimos de animé (el que firma el volumen es Cleffa Takahashi) con una temática donde el amor de esta subcultura cada vez más de moda configura una extraña experiencia de lectura. “Nuestra realidad se compone por un lenguaje fuerte —define la autora—, hoy en día los poetas escriben sin necesidad de censurar, lo plasman crudo, como es. La literatura argentina se planta y te grita lo que te quiera decir”. Los otros premios y menciones fueron Folk, de Bernardo Orge; Mágico Hermoso Profundo, de Manuela Suárez y Ambulancia improvisada de Julia Enriquez (Segundo Premio y menciones especiales respectivamente). En cuanto a la poesía joven o la poesía Rosarina en general, Daiana expresó un deseo muy atendible: “Creo que hay que dejar un poco tranquila a la juventud. Al joven escritor no se lo deja jugar. Se pretende que sea lo suficientemente distinto como para que no se noten sus influencias, pero no demasiado distinto como para que pueda ser leído en continuidad con los movimientos a los que está adaptado un lector –digamos– “tradicional”. Es como si ahí, al exigirles novedad, nos ganara la lógica de mercado”.