Artículo publicado en eldiariofénix.com
“Saber y ganar” nació el 17 de febrero de 1997. Ocho meses antes que nuestra hija pequeña. Si fuesen nueve, vendría a pelo el dicho de mi madre: “Los nueve meses siempre se van a notar”.
Servidor nació en enero, sietemesino pero en enero. A resultas de la premarutez el futuro gasolinero resultó un asquito. No obstante, Pelargón y Cálcio C mediante, uno ha llegado tallar casi ciento ochenta y cinco centímetros. El mismo año, en septiembre, una amiga de mi madre trajo al mundo un zagal, con su tiempo de gestación reglamentario. Los dos fuimos creciendo pero él se quedó en un tamaño recogido, de bolsillo dijéramos. Ahora, ya casi cincuentones, cuando lo veo me dan ganas de decirle “Ale, levántate que ya ha pasado la procesión”. Cada vez que nos hemos juntado con nuestras madres, incluso cuando fuimos a recoger el petate y parecer un don Quijote y Sancho Panza de andar por casa, la mamá del otro, invariablemente soltaba la misma sentencia:
—Es que los nueve meses siempre se han de notar.
Y aquello se quedó de dicho. Y encima y sin venir a pelo, te has tenido que tragar la anécdota amable lector.
“Saber y ganar”, como digo, nació hace quince años. Desde entonces ha formado parte de mi vida. Para mal o para bien. He visto crecer a mis hijas y he enterrado a mis muertos mientras el espacio se emitía. La media hora del programa ha logrado evadirme, casi siempre, en los momentos más difíciles por los que he pasado en este tiempo. Quince años.
Es un concurso de la tele, como sabrás instruido lector, que se emite todas las tardes en la 2 de Televisión Española. Lo presenta Jordi Hurtado, al que me he acostumbrado y me parece un gran presentador. No así su vestuario, pero claro, sobre gustos… La voz en off es Juanjo Cardenal, magistral. Incluso tienen una locutora, Pilar Vázquez, la navaja suiza del programa y que vale tanto como para un roto, como para los poetas litistas.
Siempre que he podido lo he visto, nunca lo he cambiado por otro programa. Recuerdo a mi suegra, poco antes de morir, contemplando con admiración a Alberto Sanfrutos, el nuevo Secundino Gallego. Un profesor de Úbeda con gafas y pinta de ochentero que llegó casi a setenta programas. Emilia, mi suegra, admiraba la sapiencia de los concursantes, y la de cualquiera, por otra parte.
Me he alegrado con los cien programas de José Manuel Dorado; he reído con el arte de Manolo Romero, disfrutado con la ironía de Javier Dávila (¡a degüello!); me he relajado con la y simpatía de Rosa Nestal. La sangre fría de Victor Castro me ha causado admiración y la bonhomía y gansez de Roberto Sánchez me han enervado. Siempre me ha dejado un sabor amargo la eliminación un concursante, a pesar de que se iba a correr el escalafón y tendría más posibilidad de que me llamasen. Porque sí, uno también ha escrito la cartita.
Mi más sincera felicitación al programa, al equipo y a los concursantes. Espero seguir viéndolo al menos otros quince años.