
En el invierno de 1812-1813 la Grande Armeé de Napoleón fue completamente aniquilada. De los 600.000 soldados con los que invadió Rusia en junio de 1812, solamente unos 27.000 regresaron de la batalla. Fue un desastre de proporciones gigantescas, y el principio del fin para el emperador francés. También fue la señal para los pueblos conquistados de Europa para rebelarse contra la ocupación francesa. Napoleón había sido el amo del continente, pero tras su derrota, ese dominio se volvió contra él.

Por su parte, Gran Bretaña, la eterna enemiga de Francia, era la única potencia que seguía en guerra con Francia ininterrumpidamente desde 1803 y quiso aprovechar la ocasión para proporcionar a su enemigo el golpe definitivo. Aunque los ingleses estaban aislados en su isla y no contaban con un gran ejército, atacaban allí donde podían. Como por ejemplo en España, donde la guerra contra los franceses estaba entrando ya en su fase final tras cinco años de combates despiadados y violencia extrema. La derrota francesa en la Batalla de Vitoria, de la que también se cumplen 200 años, fue el fin para Napoleón en la Península.
De las grandes potencias europeas, la única que seguía siendo reticente a atacar a los franceses era Austria. Aunque desde las Guerras Revolucionarias Francesas en 1792 siempre había estado en el bando contrario a Francia, en marzo de 1810 el emperador austriaco Francisco I casó a su hija María Luisa con el propio Napoleón a cambio de la paz después de ser nuevamente derrotado, esta vez en la Batalla de Wagram, ya que el emperador francés quería desesperadamente un heredero para garantizar su dinastía, algo que su primera esposa Josefina no le pudo dar. Ese heredero nació pronto.
Francisco I pasó a tener un nieto en París, y la alianza con Francia fue estrechándose hasta el punto de que 35.000 soldados austriacos invadieron Rusia en 1812 junto a los franceses. En 1813, a pesar del mal momento de su enemigo histórico y aliado coyuntural, Austria no veía claro aprovechar la derrota de Napole
