Desdeñado por su propio yo
no se arremangaba las ilusiones
para cruzar su río,
no se sentía capaz de ser él
quién venciera los azares de su cuello
y los encarcelara en sus sueños,
o cual boticario melancólico
los hiciera frasquitos de tenue color.
La duda era en su pecho cada vez mas duda,
su cintura se ajustaba a todos los talles de su mente
y dos rincones despiadados de insolencia
se desmayaban sintiendo las alucinaciones de su piel
entregando el destino y su memoria.
Hacía de la tarde un purgatorio
hasta que la noche llegaba y recogía los pedazos
que cuidadosamente ella
había dispuesto de dos en dos
en la antesala del ayer.