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Said, el “ilegal”, ha muerto

Publicado el 23 julio 2012 por Enriquerichard

SAID, EL “ILEGAL”, HA MUERTO

Hoy ha muerto otra persona en la calle. Se la encontraron tirada en la acera. Sus compañeros de calle reclamaron una ambulancia, pero  llegó muerta al hospital.

Del hospital nos informaron: en algún rincón de sus bolsillos encontraron la dirección de Arrels.

Era Said, el “ilegal” de 49 años del que hablé el otro día. No ha esperado a que le quiten la tarjeta sanitaria y se ha muerto. Su corazón le dejó de latir.

El martes pasado, como hacíamos cada martes, habíamos estado con él. Había vuelto a beber y eso que llevaba muchos días, meses…, sin hacerlo: le daba miedo morirse. Tenía el corazón muy mal y también los riñones… y el hígado…; pero especialmente el corazón. Desde hace meses le acompañaba al médico, a los médicos: le llevaban tres. Tenía que tomarse cinco tipos de medicinas y lo hacía, pero, cuando bebía, no; se dejaba llevar…

Este martes, como cada martes, nos recibió con una sonrisa en la cara. Se le encendían los ojos cuando me veía: “Enrique, tú eres mi única familia… Tú también, Puri”, nos decía, mientras lloraba de agradecimiento y de miedo.

No estaba bien, él notaba que no estaba bien, pero no quería dormir en pensión. “Said, le decíamos, si te encuentras mal, si te fatigas o notas que el brazo y la lengua no te los sientes, vete de urgencias”. Ya había pasado en otras ocasiones y los compañeros habían llamado para que se lo llevaran.

Un día nos pidió poder ducharse y desde entonces cada jueves iba al Centro abierto de Arrels y allí se duchaba y se cambiaba de ropa. Solía ir siempre muy limpio. Este jueves nos consta que también se duchó y a la mañana siguiente nos avisaron que estaba muerto en una acera…

¡Qué de injusto es morir solo, tirado en una acera!

Lo sabes…, te lo dices…: hay personas que presientes que morirán en la calle y Said tenía todas las cartas…, pero eso no quita el pellizco de dolor que sentí dentro de mí cuando me dieron la noticia… Han sido muchas horas de compartir con él sus miedos y nuestras impotencias: las suyas, que no acababa de querer salir de sus miserias y las mías, de no poder hacer nada que Said no quisiera… Me queda, eso sí, el orgullo de sentirme querido por él, de que me llamase “su padre” a falta de alguien que le supiera querer. ¿Su familia…? se quedó perdida en su país y encerrada en su pensamiento, aunque un día la tuvo…Puri, Ignasi, Anna, Nuria, Miquel, yo… éramos el único hilo que le quedaba de esa telaraña que es la vida y al que él se agarraba con todas sus fuerzas.

Tiene sentido lo que estoy haciendo. Said ha muerto y lo ha hecho en la calle y eso me duele, como me duelen todas las soledades, aunque sean “ilegales”, porque las soledades no saben de razas, ni de países, ni de religiones, ni de clases… Pero ha sido nuestro “estar”, nuestro “silencio”, nuestra “escucha”, nuestra “estima” lo que ha ayudado a Said a vivir. Said no salió de la calle, pero estuvimos con él en la calle. Él notó nuestra compañía y nuestro cariño hacia él, incluso a ese Said a veces borracho y pendenciero. Esta cercanía y cariño le dio la confianza suficiente como para querer compartir con nosotros su miedo a morir, su miedo a estar solo y a luchar con esperanza: “Enrique, ahora estoy mejor: las medicinas, el no beber…; pero, Enrique, es que son ¡tantos años de tanta bebida…!”

Me gusta el saludo que nos hacen los musulmanes: después de darte la mano se la llevan al corazón. Yo la he incorporado a mi forma de saludar y así lo hacía con Said siempre que nos veíamos.

Él no era muy creyente, pero espero que esté en el cielo junto al único Dios, se llame Iahvé o le digan Alá. Que Said descanse ya en paz en el sueño de la muerte. Le echaré de menos.

Enrique


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