Imaginaros la escena:Seis de la tarde, casa en silencio. Yo, sentada en un dormitorio con muebles blancos (muy bonito por cierto, no es porque sea mio ), en una mesa de estudio situada junto a la ventana. La luz tenue que entra a través de las persianas a medio bajar, da un aire mágico a la pantalla del ordenador donde van surgiendo las palabras a golpe de teclado.De pronto, se alza una voz adolescente ( momento en que el cambio de niño a hombre se está produciendo en las cuerdas vocales, y no sabes si el que habla es tu hijo o hay que llamar a Iker Jiménez) desde otra estancia de la casa (concretamente la cocina).Comienza el diálogo:EL NIÑO. (A gritos): ¡Mamáaaaaa!YO. (Con voz de "otra vez, es que no paran y no me dejan hacer nada ni un minuto"). ¿Qué?EL NIÑO. ¿Dónde está la mermelada?YO. (En el tono se nota que la irritación va subiendo de grado) Pues dónde va a estar, donde está siempre. En la nevera.EL NIÑO (Después de un breve minuto de silencio) ¿A la derecha o a la izquierda?YO (Con voz tranquila, haciendo como que me invade la calma, cuando realmente podría subirme por las paredes a una velocidad que ya quisiera el spiderman ese) Tú entra y sigue el pasillo, al final hay una puerta verde, pues esa.EL NIÑO (Que no domina todavía muy bien el arte de la ironía, pero que sabe por el tono que hay "cachondeíto") Mamá, era una pregunta, tú siempre igual.Pero, vamos a ver, me pregunto yo terminando el sainete: ¿tanto espacio hay en una triste nevera con tres baldas para que el niño tenga que preguntar hacía qué lugar tiene que dirigir la vista? ¿En qué quiere ahorrar?, ¿en córnea?, ¿en movimientos de retina? Sabéis que siempre he dicho que no me gusta repetir aquello de "igualito que en mis tiempos". Me parece absurdo pensar que lo nuestro fue mejor que lo que tienen ellos y que se era más feliz viviendo sin móvil, sin internet y sin xbox, jugando a la cuerda y al elástico o compartiendo cine infantil hasta los catorce. Creo sinceramente que cada uno intenta acercarse al rescoldo de la felicidad, de acuerdo al momento que le toca vivir. Ahora, eso sí, creo que hay algo que ha cambiado sustancialmente la forma de mirar a los hijos en los que hoy somos padres. Estamos inmersos en una sociedad tan competitiva, que para que los niños no pierdan comba, no nos atrevemos a permitirles equivocarse. Veo a diario a madres que prefieren hacer el trabajo del colegio, ellas, aunque el niño no se entere de nada, que dejarlo a él hacerlo medio bien, porque eso supondrá una bajada en las notas. Y entonces, la bola, la esfera en la que todos nos movemos empieza su giro y te atrapa, porque al final, y para continuar con el ejemplo anterior del trabajo escolar, tú acabas también haciendo o perfeccionando la tarea, los deberes como decís por el norte, para que el tuyo no sea el peor, el menos listo, el último.Y claro, como ellos se dejan querer y son unos fenómenos en aprovecharse de las circunstancias, cada vez van teniendo menos responsabilidades y más dependencia. Mejor asegurarse que llevan todos los libros para que no les pongan el negativo, mejor guardarles en la mochila el bocata no vaya a ser que les de un mareo...No sé. Creo que en esto como en otras muchas cosas, tengo que agradecer a mis padres que me permitieran tener errores. No es que yo sea un dichado de virtudes, vaya la aclaración por delante, pero os aseguro que para lo que debo hacer, no dependo de nadie.¿Qué pensáis al respecto?