La bondad y la maldad se dan la mano en la mentira. Juntos caminan en aparente orden y equilibrio, pero sin armonía se invierten los valores. La gran farsa de la literatura solo es banalidad. Ni siquiera llega a ser pieza cómica. Sainetes y entremeses.
Para eso ha quedado la literatura. Un cruce de expresiones en apariencia correcto que desprende una oleada de ineficaces críticas. Se descubre a un autor extranjero, que acaba siendo más famoso en España que en su país de origen, y se olvidan los clásicos, no se lee a Séneca, a Cicerón, a Homero, a Fray Luis, a Quevedo… Si se lee a Juan Ramón se observan en él a Novalis, y a Rilke, y a Platón.
Trasladar a los grandes a la literatura propia es la meta, la única esencia del centro indudable. Todo lo demás son esos sainetes y entremeses, elementos en conflictos bondadosos o malvados, mentiras al fin y al cabo.
La revelación solo acude si te adentras en la tierra húmeda, en la naturaleza, en el escepticismo, en la negación personal. Dejar de ser para llegar a ser. Todo lo demás es falsedad y egoísmo, es sencillamente mentira.