Revista Literatura

Sala de espera

Publicado el 23 julio 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
Sala de esperaby Igor Moukhin

El corazón espera. No te engañés.

Olvidáte de toda esa basura que te hace creer que vos lo dominás y lo controlás. Si querés manejar algo andá a sacar el auto del garage y date una vuelta por el centro.

El corazón espera a pesar tuyo, del tiempo, a pesar de todo; sin pedir permiso, ni mediar discusión o charla aclaratoria en el medio. Es una decisión unilateral.

Igual vos insistís y vas para otro lado,  detrás de tu cabeza y centenares de soldaditos, cada uno representando un pensamiento. Pensamientos que te llevan a donde caprichosamente tenés que ir: lejos de la incertidumbre, lejos del tal vez, lejos de la tormenta, lejos de los animales salvajes que nunca podrán encarcelarse ni domesticarse, lejos de quien sos.

La seguridad parece un cobijo, una cuevita donde buscar resguardo de la tormenta, una manta polar abrigadita. La seguridad parece una abuelita y en el fondo sabés que es el maldito lobo feroz, que viene a devorarte en modo reducción de tráfico de datos: lento, seguro  y pausado.

Cada tanto mirarás para atrás: en cada momento de tu vida que te parezca cool, divertida, de tapa de revista, con las patas metidas dentro de las arenas blancas y finas de alguna playa exótica, o haciendo el salto arriba de la ola para la foto de perfil de Facebook, y verás que falta algo dentro del marco. Tal vez faltó flash, tal vez faltó brillo -brillo en los ojos- tal vez esa no era la pose perfecta, falló el zoom.

¿Qué es lo que está saliendo mal? ¿Sos vos o soy yo? Tal vez sea la Nikon última generación. Necesito la última de la última. O no, tal vez necesite una Polaroid de las viejitas, así no salen las imperfecciones.

Álbumes llenos de fotos perfectas desbordando discos rígidos y espacios gratuitos en la nube. La felicidad es tener espacio gratis en terabytes.

El corazón espera. No te engañés más. Espera aunque no sea correspondido, aunque el otro haya perecido, fallecido, desaparecido. Aunque se muestre terriblemente lejos e ignorante de todo lo que le sucede a tu vida.

El corazón espera. Aunque hagás tu vida, borrés mails, mensajes de voz y de texto. Aunque su recuerdo sea un lugar tan lejano como las islas Lofoten.

¿A qué huele el mar del otro lado del planeta?

¿Llegó hasta allí el olor intenso de las algas y de las conchillas? ¿Masajearán tus pies las piedras redonditas que reposan al lado del mar? ¿Se adherirá la espuma de mar a tus tobillos?

¿Relampaguearán tus ojos frente a ella como lo hicieron la última vez que me miraste?

El corazón espera.

No importa que vos sigás allá y yo acá, ignorándonos mutuamente o deseándonos deseos para las fechas patrias y cumpleaños.

Espera y se desazona, empieza a tener el sabor del agua de los bidones truchos: tibia, opaca y con sabor a cloro. Ya nada es como el café intenso de la mañana, o el aroma de tu perfume adherido a mi mejilla, nada se compara a tu mirada descansando sobre la mía a la espera de que yo diga algo.

Así, mientras espera en esta sala abarrotada de pacientes a punto de morir, el corazón pasó a ser un ente automatizado de sonidos y latires sincronizados, aguardando el milagro del desfibrilador.

Patricia Lohin

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