Revista Literatura

Salir de la ruta

Publicado el 08 diciembre 2019 por Rogger

Así comenzó esta historia. En ese entonces, el gobierno estaba promoviendo la enésima colonización de la selva central. Abrí mi mapa del Perú.
— Vamos a Satipo.
— ¿A Satipo?
Mi madre se detuvo. La conversación no tocó Satipo. Fue de Lima a Cuzco, de ahí a Machu Picchu, y terminó en una ciudad de Europa cuyas calles eran canales, los taxis eran góndolas y los taxistas gondoleros. Mi madre acudió a su colección de revistas pasadas de Life en Español, Vanidades, Cosmopolitan y Selecciones para sustentarse. Nos pasamos tres horas viendo fotos y notas de aquella ciudad. Cinco años después el cáncer le arrancaría a mamá ese y todos sus sueños. Los siguientes años fueron de necesidad y supervivencia, entonces no hubo en mi agenda espacio para planes ni viajes.
Esa es la razón principal por la que hoy, tras salir con mi esposa de la Estación de Santa Lucía y ver el Ponte degli Scalzi, no pude evitar decir al infinito: Agustina, ya estás en Venecia. Porque yo soy un trozo suyo, y donde yo estoy, ella está.
Las nueve de la mañana. Un tozudo gris mantenía a raya al sol. La icónica cúpula de Santa Maria della Salute me transportó hasta aquella noche, cuando a través de mi madre supe de Venecia. La gente buscaba la mejor foto, y aunque incomodaban con sus palos, se podía comprender la urgencia por los selfies. Después de un rato cruzamos el Ponte delle Guglie, con los primeros trazos del soberano astro. Un par de horas después ese mismo sol, amo ya del cielo, nos obligaría a sentarnos para refrescar cuerpo y mente en La Cantina Venezia.
En un viaje uno vive su propia experiencia, nunca la de otro. Por eso evitamos los tours. Nuestra experiencia es más personal, caminamos y paramos donde nos place, vemos y dejamos de ver a nuestro antojo y por el tiempo que queramos. Nos gusta salirnos de la ruta. Viajar resume toda la edad, los sueños, los miedos. Lo que se toca, lo que se camina, lo que se ve y se siente, nos conduce a lo más profundo e íntimo de nuestras vidas.
Llegamos a Piazza San Marcos al filo de las dos. Sin palabras, sin adjetivos. El silencio es el mayor tributo a esta plaza, a esta ciudad. A sus creadores, genios de la construcción y la innovación. A sus artistas.
El retorno fue igual… y diferente. Elegimos calles aledañas, aunque un par de veces tuvimos que corregir. Nos regalamos un tiempo suficiente para Rialto. Eran casi las cuatro y la posición del sol le daba a las aguas un tono único, más de postal, más de ilusión, más romántico, desde el legendario puente. Pese a la multitud, pudimos gozar nuestra contemplación exterior e interior.
Caminar Venecia es una experiencia invaluable, única. Entrar a las galerías, sentarse en alguna banca a mirar a la gente. Turistas, bares y restaurantes, escaparates de Murano, tiendas de modas, gelaterías, iglesias, puentes, las aguas golpeando las paredes, los balcones de flores multicolores, las paredes que parecen haber sido deliberadamente desportilladas por Carpaccio, Tiziano, Tintoretto o Canaletto. Así Venecia va adhiriéndose al espíritu.
Nuestro tren partiría de regreso a Milán a las 6. Media hora antes, agotados pero felices, esperábamos la llamada.
Derechos Reservados Copyright 2019 de Rogger Alzamora Quijano

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