Un día, algunas descubrimos que podemos salir del juego. De cualquier juego: el que no gusta, el que no conviene... en el que acabaste metida sin darte cuenta cómo.
Por ejemplo, notas que en algunas relaciones, eso bonito que se siente cuando te dicen cosas bonitas está hecho de renuncias y complacencias y tiene el germen del malestar que sientes cuando lo que te dicen no es bonito sino al contrario. O entiendes por qué es importante la denuncia social cuando el sistema de justicia es imparcial en tu contra. Encuentras el fuera del margen y las vías alternativas.
El día de mi cumpleaños, B oyó un chiste que contaron: Un niño le dice a su papá que se sacó "un seis" en la escuela y el papá le pide ponerlo en el refrigerador para tomárselo luego (por el paquete de seis latas de cerveza). Al ratito, B estaba repitiendo: "me saqué un seis en la escuela". Yo no le reí la gracia, pero poquito que la niña es risueña y poquito que le hacen cosquillas, al día siguiente me dijo por la mañana: "me saqué un número en la escuela". "¿Ah, sí?", le dije. "Los números que te sacas en la escuela importan muy poquito", agregué. "¿Por qué los números que me saco en la escuela importan muy poquito?", preguntó. "Porque dan una información y ya, nada más. Importa aprender y que lo disfrutes".
Si seguimos por donde vamos, creo que ella no va ni a entrar a algunos de los juegos de los que tardé en salir.
Silvia Parque