Salto al vacío de la relatividad I

Qué fácil es polarizar. Dar un nombre a cada cosa, un opuesto, un igual. Acompañar de un juicio a todo aquello que llega a nuestro conocimiento, y clavárselo en la frente. Organizar la realidad por colores. Ordenarla según mi idea de orden. Repartir según mi idea de justicia.

Qué difícil reconocer que quien creías enemigo te ha enseñado más que cualquier otro. Que el mundo que condenas quizás te ha proporcionado gran parte de lo que tienes. Que el peor dictador tenía miedos, y desde ellos te gritaba. Que quien más odias, quizás necesita tu ayuda. Que lo peor que te podría pasar te daría el respiro que necesitas, y lo mejor que te podría pasar no es más que una proyección para escapar de tu presente.

Ponerte a ti allí, y a mi aquí, y hablar desde la distancia. Hablar de ti, por ti y contra ti, sin cruzar el río y mojarme. Para llegar a donde estás tú, y ver qué se ve desde ahí. Para verme, desde tu orilla.

Memorizar este libro y quemar aquel otro. Tatuarme aquella frase y a ti, ni si quiera escucharte.

Qué difícil siquiera pensar en dudar de mis intenciones. Qué difícil, no dudar de las tuyas.

Pero qué liberador debe ser, dejar ir todo lo que llevas amarrando tanto tiempo, a fuerza de sobrevivir en tu identidad y defenderla, para que no se desvanezca el suelo que pisas. Qué liberador debe ser prescindir de esa base inamovible, que ya no te deja saltar y ver por encima tu muro. Qué vértigo, y qué curiosidad.

Pero todavía no lo sé. Necesito de mi puñado de palabras que de momento me dan seguridad y presencia. Quizás solo necesito entenderlas, tomar conciencia de ellas y tomar responsabilidad de sus efectos en mí y en los demás. Cuestionarlas sin perderme, reencontrarme en el caótico mundo de la no polaridad.