"Salto de la Reja". Experiencia primera

Publicado el 21 mayo 2013 por Pirfa @paloma_pirfa
 
    Que llevo varias años siendo habitual de la aldea almonteña no es ninguna novedad. Que soy de las que va al Rocío con poca fe, tampoco. Diciendo que en todos mis años sólo he visto el Salto de la Reja por televisión, explico parte del por qué hiperventilaba de nervios y miedo pensando en que éste tenía, por imperativo laboral, que vivirlo dentro de la ermita en una jornada que empezó a las 7 de la tarde del domingo y concluyó a las 9 de la mañana del lunes.     Pero nada fue como yo misma me imaginé. Es verdad que la espera es dura, pero soportable. En cuanto llegamos a la aldea e hicimos un par de conexiones de previa a la gran noche, nos fuimos a cenar y, en torno a las doce y media de la noche me metí en la ermita. Mi imiga Isa, que se ha hecho los últimos Lunes de Pentecostés para Radio Nacional, me aconsejó que me buscara una pared. Así lo hice. Una, alejada del altar, en el arco lateral izquierdo desde donde venía el paso de la Virgen. Allí apoyé el incómodo equipo inalámbrico y pude permanecer sentada un par de horas hasta que dejó de ser seguro. A mi lado, tres chavales que había elegido igual que yo y que los almonteños, camisas celestes de listas para vivir aquella noche. Casualidades cósmicas.     Eran de Dos Hermanas y me contaron que llevaban años haciendo el recorrido completo junto a la Virgen y los almonteños. Parecían saber de lo que hablaban y me descubieron algunos aspectos de la procesión que yo desconocía. Cuando ya nos pusimos de pie para los últimos tramos de la espera, me fueron describiendo cómo iban a ser los momentos previos al que ha sido, sin duda, el Salto de la Reja más civilizado, dentro del caos, de la historia de El Rocío. Cuando ocurrió y, justo cuando la Virgen pasaba ante nosotros, me desearon suerte y se metieron en la marabunta. No violví a verlos más pero les estaré agradecida por haberme hecho más agradable la espera con sus conversaciones.     Volví a quedarme sola. Las últimas conexiones con los boletines horarios las pude hacer desde dentro de la ermita y desde allí conté, en tiempo real, cómo salía la Virgen hacia las calles de arena. De repente, la ermita se cubrió de un polvo que hacía el ambiente casi irrespirable. Empecé a hacer preguntas  a las personas que me rodeaban y el primero de todos tuvo que apartarme porque una pelea había generado una estampida. Me pisaron el talón y fue el único momento en el que pasé miedo de verdad. Tras el suceso (varios hombres corrían detrás de otro) las dos o tres primeras personas a las que metí micrófono se mostraban avergonzadas y furiosas porque haya quienes se peleen en presencia de una imagen y en el interior de un lugar que para ellos es sagrado.     El polvo seguía llenando el espacio que iba quedando cada vez más vacío de personas. Pude fijar mi vista y vi muy cerquita de mi a un par de hombres que recogían, en pequeñas botellas, la arena del pasillo central por donde habían pasado los almonteños que portaban a la Virgen. Sólo el segundo fue capaz de hablarme. Me dijo que la recogía para llevarsela a una persona que no había podido venir. Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude seguir preguntándole nada más. Ya no sé si sería por el miedo contenido, por la tensión, por el cansancio o simplemente porque soy humana, pero aquello hizo que me emocionara. Después lloraría una vez más, ya en la puerta, con una chica de mi edad que, con los ojos llenos de lágrimas, me contaba que le había sobrecogido una experiencia que había vivido, como yo, la primera vez. Y me abrazó.   La noche siguió y llegó la mañana. Creo que ha sido la noche que más frío he pasado de mi vida. Cuando, con el amanecer, llegaron los compañeros que nos daban el relevo, no pude evitar venirme abajo de cansancio. Fue, además, la primera noche de mi vida de madre en la que no dormí con Cecilia y eso tampoco ayudaba a que controlara mis emociones. Han tenido que pasar 24 horas para ser capaz de escribir, y mal, sobre el cúmulo de sensaciones, las que observé y las que viví que, en realidad, son las más primitivas del género humano. Una experiencia diferente que, como profesional, me ha dejado sobrecogida y emocionada. Fueron varias las personas que vinieron a valorar que viviera la espera y ese momento dentro de la ermita.  Un rociero me dijo "Esto hay que vivirlo aquí, como estás haciendo tú". ¿Qué otra cosa es, si no, el Periodismo? Estar en el lugar para poder contarlo. Eso es la parte principal de nuestro trabajo, ya estemos cubriendo una sesión de control al gobierno, un partido de fútbol o el Salto de la Reja. Ojalá nos dejen seguir haciéndolo.