Doña Rosita y el amorEl amor se topó con Doña Rosita una tarde soleada en que ella iniciaba su paseo habitual. Sólo fue mirarla y el sentimiento supo enseguida que aquel día, aquella mujer menuda tenía que ser la elegida.
Fue fácil darse cuenta de que llevaba demasiado tiempo esperándolo y al amor le produjo tanta ternura su figura algo vencida y su andar vacilante, que aquel diablillo travieso movió la cabeza con rabia, volviendo a repetirse a sí mismo la vieja excusa conocida de que ya no daba abasto.Después de esa primera impresión que se quitó de la cabeza exhalando un suspiro, volvió al trabajo con la resignación con la que reanudamos los lunes, y se dedicó a la compleja tarea de cambiarle a Rosita la vida.Primero empezó con la alteración de las pulsaciones, no mucho, sin exagerar, cuidando de no molestar el corazón de la anciana. Después fueron unas dosis de sonrisa tonta, incluso un poquito de rubor en las mejillas. Para terminar, antes de dar el último toque mágico con arco iris de colores y lluvia de estrellas, se acercó despacito a la mujer que paseaba ensimismada, y le susurró un nombre que a ella le entró por los oídos y se le instaló en el alma con la calidez de la chimenea en una noche de invierno.Aquella tarde, sin saber por qué, Doña Rosita notó que en el paseo no encontró la tranquilidad que tanto buscaba. El gesto galante, el porte distinguido, aquella sabiduría vieja y una complicidad compartida. Todo le traía el recuerdo de un nombre, de una cara, de un hombre. Sintió un escalofrío recorrerle la piel y una sonrisa instalarse en sus labios.
“Vaya por Dios”, pensó para sí, ¿pues no parece que me he enamorado?