Mientras paseábamos por la finca, me contó que era “su fruta”, carnosa y jugosa, fácil de cultivar.
Acumulaba todas las pepitas en un lagar y llevaba también en un monedero, que acariciaba disimuladamente en el bolsillo. Según ella, los demonios no pueden resistirse a contarlas si son arrojadas al suelo.
Dimos varias vueltas entretanto caía la tarde, pero ninguna de ellas nos llevaron a algún huerto.
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