Eran dos matrimonios a los que se les veía charlar quietamente a través del escaparate de una de las mejores pastelerías de la ciudad, mientras merendaban cafés y sandwiches de jamón y queso durante una tarde de Navidad.
El mendigo se cobijó del frío y de la lluvia de aquella noche bajo el pórtico del escaparate, quizás no tuviera otro sitio mejor donde refugiarse, como les ocurrió a los inquilinos del portal del Belén.
Una de las mujeres se levantó indignada al ver cómo alguien desde la calle intentaba hacerle una foto. El indiscreto observador, que tuvo que salir corriendo, sólo intentaba captar como unos cuantos ladrillos podían separar dos universos diferentes, haciéndolos recíprocamente invisibles.