Tras haber disfrutado con su obra anterior, nos apetecía muchísimo volver a leer alguna novela de Sara Mesa. La crítica la ha considerado desacertada y que no está al nivel de las anteriores, pero consideramos que es una de las más complicadas, y acertadas, que ha escrito.
Y lo es, simplemente, porque en lugar de narrar una historia, parece colocarse como una retratista a la hora de pintar un bodegón en el que los protagonistas son los miembros de una familia tradicional de las que quedan más de las que quisiéramos.
Cada capítulo se puede leer casi como un relato independiente que comparte con los demás sus personajes y las conexiones correspondientes. Es en ese fresco que hace donde está la clave de esta maravilla literaria. Si recursos estilísticos, pero sin olvidar transmitir en cada línea, Mesa consigue que entiendas cuál es el papel de cada miembro de la familia y cómo van unos despertando a la vida y otros encarcelándose entre los muros que han levantado.
Nos recuerda bastante a la novela de la década de los 50 al mantener esa preocupación por las formas tan poco frecuente en estos días de libros al peso y de leer y olvidar. Además, confirma que tampoco hay que superar las 200 páginas para contar una historia que engancha y que, como es habitual en ella, genera un debate muy interesante sobre la actuación de cada protagonista. Recomendable.