Se ha enganchado a la enésima serie, Scandal. Una serie impecable de la Fox que habla de enredos, asesores políticos de verdad y políticos profesionales. De los que tienen líos e intrigas, sí, y que, llegado el caso, no dimiten pero casi pero al menos tienen la decencia de no cortarse las uñas en público. Lo mejor de la serie: el concepto. La profesionalización de los políticos. Como oficio. Como deber. Y ahí es donde entra en juego Kerry Washington (Broomhilda en Django desencadenado) quien da vida a la resolutiva Olivia Pope.
Pope dirige un heterodoxo bufete que, como el Sr. Lobo, soluciona problemas. Un bufete a medio camino entre los spin doctors de verdad -asesores políticos integrales- y detectives que tiene como cliente al mismo presidente de Estados Unidos. Si bien es cierto que la serie es increíble en algunos aspectos, como las tramas amatorias, tiene estilo y es sofisticada. Y lo que es mejor, es verosímil porque es el reflejo de una realidad pacata, calvinista y meritocrática. Los socios de Olivia Pope son casi héroes.
En cambio, los detectives españoles son de sainete. Habla por los que ha conocido o entrevistado. Se parecen más al loser que encarna Mark Wahlberg en La trama. Profesionales que se dedican a hacer seguimientos a casados en hoteles al mediodía o a desenmascar lisiados falsos. Ese suele ser el cometido de los 15.000 detectives que hay en nuestro país. Apasionante. Pero no son espías. Ni lo pretenden.
Por eso es caso del Cataluñagate le ha sorprendido tanto. Ni se había planteado que hubiese espionaje pagado –aparte del industrial y del de CNI, dice- porque es un tema grave. Gravísimo. El Gatergate aún se estudia en las Facultades de Periodismo y dimitió un Presidente, les recuerda. Aquí nadie sabe nada y los detenidos fueron cuatro detectives. Queda por esclarecer si lo hicieron de motu proprio, cosa harto improbable, si fueron contratados y por quién. Definitivamente, aquí Oliva Pope se comería los mocos. Con negarlo todo, ya nos vale.