No se trata de un mero pasatiempo, significa algo mucho más importante que eso, es su forma de estar en el mundo, la particular sintaxis con la cual expresa su ser: Manuel pinta graffitis. Para él, cada diseño debe ser único y sublime, la captura de ese instante fugaz en el que la creatividad se plasma en una idea y la idea se hace imagen.
El anciano se detuvo frente al muro colorido y se quedó observándolo por un largo rato, le gustó tanto lo que vio allí que deseó conservarlo. Sacó un libro que llevaba en el morral y escribió sobre un margen, con letra pequeña y apretada: Nada es permanente, ni el amor ni el dolor de diente. Él ya casi no tenía dientes ni grandes pasiones, tal vez por eso quiso guardar esa frase y, aunque le pareciera cursi, marcar la página con un jazmín mustio. El amarillo de la flor se destacaba sobre el blanco de la hoja, o quizás fuera al revés, qué importa, lo cierto es que esbozó una linda sonrisa antes de cerrar el libro y continuar andando.Y cuando cree que una idea vale la pena, no hay nada más dichoso para Manuel que hacerla deslizar -libre, lentamente- hasta su mano, entonces agita el aerosol para que el chorro le susurre un color a la pared. Dice que su mayor ilusión es que alguien entienda sus graffitis, que con una persona basta. No puede saber que -oculto entre otros secretos que la vida sólo se confiesa a sí misma- su sueño ya se hizo realidad.