Se alquila. Y es que de un tiempo acá la gente se ha volcado más en el alquiler que en desangrarse en hipotecas. Una casa, un apartamento o una habitación. Lo que sea.
Me sorprendo leyendo el cartel que una mano anónima, deseosa de dinero, necesitada, más bien, dejó en el cruce que seguramente más veces he pasado en mi vida. Se alquila una habitación, pero no a cualquier persona: sólo a aquellas que sean tranquilas, no vayamos a tener problemas con el resto del vecindario. Imagino yo que a personas serias, reposadas, de esas que recogen las pinzas de la ropa que se le caen por el patio de luces cuando tienden los calcetines mal centrifugados de la lavadora. Personas, mejor, cuyas vidas ya se hayan cruzado más veces, un sólo corazón, una sola alma, un único ser latiendo a paso acompasado, valseado tal vez. Personas, en fin, que ya hayan superado los primeros impulsos que viven los recién casados, la sorpresa de los años iniciales, y se hayan convertido, claro, con el paso del tiempo, en el matrimoño que el cartel pregona.