Se llamaba Aura. Amante de rutinas y esquiva de las sorpresas, solía pasear al atardecer para contemplar las puestas de sol de su mar Mediterráneo, que dibujaba en el horizonte rojas y anaranjadas tonalidades de fuego con las que su corazón helado parecía cobrar un rayo de tenue vida. Como única compañía, su soledad, sus pensamientos y su sombra.
Aura era parca en amigos, en palabras, en recuerdos y en sueños. Cuentan los que la conocían que un día fue una mujer apasionada. Envuelta en luz, prodigaba sonrisas allá por donde pasaba y levantaba admiración entre los hombres y odios entre las mujeres; suspiros y comidillas malintencionadas a partes iguales. Ajena a habladurías, chismes, cotilleos y miradas de deseo, Aura pasaba su tiempo sin perder su sonrisa. Algunas mujeres del pueblo decían que era una bruja; muchos hombres, que un hada. Todos, unas y otros, tenían a Aura en su pensamiento pero ella solo tenía los suyos en un solo hombre, un solo destino, un solo amor.
Dicen que un día sus horas se apagaron, tras la muerte de aquel hombre. Eso cuentan, que murió, aunque algunos dicen que, simplemente partió cuando Aura entregó todo su ser y se quedó vacía. Él se llevó su alma y ella se convirtió en un recipiente hueco. Palideció Aura y su brilló desapareció, arrastrada su vida a un paseo a orilla del mar, anclada en el recuerdo, amarrada a él, con la mirada perdida y el corazón seco.
En realidad, comentaban algunos lugareños que vivieron su sonrisa plena y padecieron la tristeza de ver cómo esta se apagó, que Aura no se llamaba Aura mas ninguno recordaba su verdadero nombre. Así decidieron llamarla por esa luz que emanó un día de lo más profundo de su ser y pronto, embargados por ese halo mágico, olvidaron aquel con el que fue bautizada cuando nació.
Tal vez importe poco cómo se llame uno, solían comentar al recordarla, sino quién fue o quién nunca llegó a ser; cómo se le recordaba o cómo se le llegó a olvidar entre las sombras; las historias que, inexistentes, sirven para encajar piezas y acabar puzzles en la memoria de quienes tienen constancia de la vida ajena casi más que la propia. Así que, por su color de antaño, por el que una vez tuvo aquella mujer, quienes la reinventaron, decidieron darle un nuevo nombre y así se llamó desde entonces: Aura.
Y como acaban las historias, sin el recuerdo concreto de un hecho que desencadene su final, un día Aura no regresó de su paseo al atardecer. El sol se perdió en la línea del horizonte azul marino, casi negro y ella con aquel. Esa noche marineros salieron en su busca, mientras el mar rugía su nombre, hombres la buscaron en tierra, gritando y recordando al tiempo su sonrisa de antaño. Mujeres murmuraron si acaso el hombre había regresado de entre los muertos, de entre las dudas, acaso de entre el remordimiento... Aura no apareció. Con el amanecer regresaron los barcos, volvieron los hombres a sus casas y las mujeres dejaron de murmurar.
Meses más tarde cuando, cansado de la ciudad, de sus gentes, de sus zombis, de sus prisas y agobios, de la vida que llevaba y de mí mismo, en definitiva, llegué a aquel pueblo marinero.
Como único equipaje, mi portátil y el deseo de que se instalara en mi vida una musa coqueta que me ayudara a recobrar la inspiración perdida. Olvidé presentarme, me llamo Marcos y soy aprendiz de escritor. En mi vida rutinaria, ahora abandonada -soy un temerario, lo reconozco-, era informático con sueldo fijo, novia y apartamento en pleno centro de Madrid.
Mi chica me dejó cuando decidí no aceptar su propuesta de matrimonio, -yo pensaba que estábamos bien así pero, al parecer, ella no opinaba lo mismo-, dejé mi trabajo y nuestro nido de "repentino desamor" para ir en busca de la tal musa.
Amante del mar y de sus gentes desde que tengo uso de razón, partí hacia la costa y paré, no sé bien por qué, en aquel pueblecito marinero.
Después de dar varias vueltas por el pueblo, acabé justo en la plaza del pueblo y me fijé en un cartel de "SE ALQUILA", frente al Ayuntamiento.
Alquilé la casa que fue la última morada de Aura, desconocedor de aquel hecho. Supongo que fue porque la casa me llamó, porque quizás la musa que iba pronto a compartir mis horas así lo decidió o porque Aura había dejado algo de ella entre aquellas cuatro paredes, qué se yo. Lo cierto es que la casa me llamó entre susurros y me dejé acoger por su embriagador y cálido abrazo con olor a mujer y recuerdos.
Ese mismo día, y sin deshacer mis maletas, salí a pasear por el pueblo, con deseo de saborearlo mejor. Acompañaba al día un radiante sol de primavera. Fue en mi primera parada en el bar marinero que se hallaba en la plaza, cuando por primera vez oí su nombre: Aura. Nadie me conocía pero todos los clientes de aquel lugar parecían dispuestos a desvelarme el misterio de la casa y de la mujer que hasta hacía poco, había vivido en ella aunque, finalmente, todos regresaron a sus tertulias y solo un anciano decidió interesarse por mí.
-Se la tragó el mar o la tierra, vaya usted a saber. Estuvimos buscando unos días, marineros y sus barcos y hombres en tierra, pero Aura no apareció. Va a hacer más de medio año de aquello. Comenzaba el otoño, lo recuerdo bien. El sol serpentea en el horizonte en esa época del año cuando se oculta y el cielo parece de fuego. Aura gustaba de pasear a la orilla del mar. Yo la vi nacer, mire usted y la sentí partir. Nadie me hizo caso. Soy un viejo, nada más. Pero lo dije, vaya si lo dije: Aura se ha ido. No supe ver dónde, si se hundió bajo las aguas en busca de su sonrisa perdida o partió, poniendo tierra de por medio, cansada de esperar a quien se fue y de escuchar tanto chisme. Yo soy el primer chismoso, ya me está escuchando pues le cuento a usted, un extranjero, cosas del pueblo: algo íntimo, algo que debería ser guardado en mi corazón. Le cuento, amigo mío, lo que creo que pasó.
Aquel viejo que hablaba, enjuto, de abundante pelo blanco y sonrisa amable, me abordó casi nada más sentarme en el bar y pedir una cerveza. Su voz, pausada y clara no delataba su edad que debía ser mucha, a juzgar por las arrugas de su rostro. Hablaba con tanta calma que, no solo por la curiosa historia que reconozco, captó poderosamente mi atención, sino por el cadencioso soniquete de sus palabras, me invitaron a pedir otra jarra e invitar al anciano a compartir conmigo aquella, mi primera tarde en el pueblo.
Aún hoy, recuerdo nuestra primera conversación y todas las que vinieron después, el resto de las tardes que siguieron a esa, en el mismo lugar y a la misma hora.
Con bloc y bic en mano, tomaba notas mientras Santiago, que así se llamaba el anciano, relataba la vida de Aura, desde el día en que nació hasta que desapareció entre los rayos de aquel atardecer, meses atrás.
-Llevamos semanas de charlas y sé que conoces su nombre, Santiago, pero por mucho que insisto y por muchas cervezas que te pago, anciano testarudo, no consigo arrancarte su verdadero nombre... ¿Cuántas más me va a costar sacártelo, viejo amigo?
-No es por cervezas ni tapas, que mil me pagaras y no lo recordaría, Marcos, pues su nombre se me borró de la cabeza, pero no su cara. Como si estuviera ahí, Consuélate que te cuente y que caña tras caña, se desate mi lengua. Me caíste bien desde que entraste por la puerta del bar. Supongo que fue porque la casa te acogió y el perfume de Aura te rodeaba cuando te sentaste en esta misma mesa... ¿Cuánto hace ya, joven amigo? Mi memoria es tan frágil...
-Cerca de dos meses hace que me acogió este pueblo y que te convertiste en mi amigo, Santiago. Pronto llegará el verano. Ya se va notando. Este bloc ya está a punto de agotarse y unos cuantos bic llevo gastados. Hasta el rojo que uso para correcciones se agotó hace días. Dices hoy y te desdices a la media hora, Santiago, que estás empezando a preocuparme por tu desordenada memoria. Para mí que lo que quieres es beberte todo el bar a mi costa.
-Son muchos años sobre mi vieja espalda, Marcos, ya llegarás a mi edad. No lo veré yo pero, te aseguro que recordarás estas palabras o no..., pero si lo haces, a tu cabeza llegará esta como recién vivida, esta conversación. Se llamaba Aura, así la recuerdo y así te la cuento, quédate con eso, pues lo demás poco importa.
-La casa aún huele a ella... A veces, llámame loco, Santiago, siento que huele más cada día, como si estuviera de camino, regresando tras sus pasos.
-Entonces es que nunca se fue, que no se la tragó mar ni tierra, que regresa a sus raíces, a su casa, tal vez a ti pues la estamos invitando a regresar tú con tu bloc, yo con mis recuerdos. A mí me conocía bien, quizás a ti desee conocerte. Las mujeres son curiosas...
-Nunca la conocí, qué cosas tienes, viejo amigo. Desvarías...
-Claro que la conoces, Marcos. Te la he presentado con cada charla y tú la has dibujado con palabras en tu bloc. Mi recuerdo de ella es ahora el tuyo. Ella vive en ti, como lo hace en mí. Las mujeres ya no hablan de ella, los hombres, de vez en cuando pero pronto dejarán de hacerlo. Pero si ahora la muerte viniera a buscarme, ahora mismo, mientras me tomo esta cerveza contigo, amigo mío, la abrazaría contento pues partiría habiendo dejado en ti su recuerdo. Te confieso que, de no haber llegado tú, no hubiese muerto en paz. Aura debía ser contada, quizás hasta cantada. No puedo describirte lo hermosa que era... No hay palabras para hacerlo, así que eso te lo dejo a ti y a esa musa que dices que te acompaña en la casa. A ambos os toca imaginarla. Solo recuerda lo que siempre te digo, lo que siempre cierra nuestra tertulia diaria: que su cabello era castaño, sus ojos verdes, tenía una hermosa piel clara y que su sonrisa era brillante como el sol. Añadir más a esto sería enturbiar el recuerdo que tengo de ella y poco ganaría su historia, si alguna vez decidieses convertirla en la protagonista de esa novela que un día escribirás y que, de seguro, te llevará a la fama.
-Lo creas o no, anciano, no busco fama. Tengo todo lo que deseaba aquí, en este pueblo. Ni siquiera recuerdo la cara de mi novia... Te sonará extraño, pero es así. Ahora solo veo la imagen de esa mujer que he inventado en mi cabeza gracias a ti; a mi imaginación que llena los huecos que me faltan de la historia y a esa casa, cuyo olor embriaga. Tan acogedora como un abrazo...
-Como un abrazo... Hermosa descripción, Marcos, muy hermosa.
***
INVIERNO DE 2015Llueve por primera vez en todo el invierno. Este es un clima benévolo y me está sentando mucho mejor que el de Madrid. Dice Santiago que aquí el invierno es así de suave y lleva olor a mar y a tibieza. Aún no me he puesto el abrigo ni un solo día.
Acabo de volver del bar de la plaza donde, como de costumbre, tomo cervezas y paso las tardes con mi amigo. Tercer bloc, cuarto bolígrafo, tal vez quinto.
La musa que habita esta casa desde que me mudé, sonríe a mi lado. No estoy loco, no, es que así la imagino: hermosa como un día radiante de primavera y con el cabello adornado con una guirnalda de flores silvestres. Lleva un vaporoso vestido color marfil y está descalza. Es mi compañera en este viaje y tengo todo el derecho del mundo a imaginarla como desee.
Ahora paso mis notas al ordenador. Tengo material suficiente para escribir una novela de esas que sientes que será la obra de tu vida aunque, como le dije a Santiago, no busqué nunca escribir una obra que me encumbrase al olimpo de las letras. Los escritores somos así, un tanto dramáticos. La obra de mi vida...
Cambiaría escribir esa novela por conocer a Aura. "¡Qué tontería!", diréis. Una mujer que ni conozco, que nunca conoceré, que a saber dónde está o si este viejo anciano se la inventó y se ha burlado todo el tiempo de mí, ocupa mi pensamiento día y noche. "¡No puede ser!", me digo mientras imagino la sonrisa de mi musa -se llama Alba, así la he bautizado- y siento el sonido de su respiración serena, acompañando el teclear continuo del teclado. A veces creo que me he enamorado del recuerdo de un viejo, convirtiéndolo en mi fantasma particular. Sin embargo, en otras ocasiones me digo que Aura existe pues la casa huele a ella... Me pregunto si así, como yo pienso ahora, empezaron a pensar los locos antes de serlo.
Hoy, no sé por qué, la casa huele aún más. ¿Dónde estará ahora? Algo me dice, conforme transcribo su historia, que está viva y cercana.
Me quedo con su nombre inventado. De hecho, hace más de una semana que dejé de dar la lata a Santiago para que recuerde con cuál fue bautizada. Como Aura me la presentó el viejo y con Aura va renaciendo, armándose pieza a pieza, palabra a palabra, trasladándose de mis dedos a la novela página a página.
Cuando llegue el fin quizás me despida de ella para siempre o tal vez me acompañe incluso en sueños el resto de mis días. Cuando llegue el fin de esta historia quizás tenga que dejar esta casa e incluso el pueblo pero eso ahora no me preocupa. Ya se verá...
NAVIDADES DE 2015La noche invita a pasear pero no puedo parar de escribir, tan cercano como estoy del final. Dice Santiago que poco más me puede contar de Aura, que tengo material suficiente y que si algo me falta, que me lo invente. A fin de cuentas de Aura ya inventaron, según él, bastantes rumores y chismes en el pueblo y es bien sabido que mucho son dados los hombres a inventar sobre la vida de los demás. Tanto, que algunos olvidan vivir la suya. Esa idea la compartimos mi viejo amigo y yo. Es Santiago tan parecido a mí que, en ocasiones, cuando me miro al espejo, veo su imagen y no la mía. Supongo que esto sucede porque así, enjuto y de pelo abundante y caneado, como es el anciano, he imaginado siempre que seré cuando tenga treinta años más.
Seguiré viviendo aquí porque este clima me sienta bien, porque sus gentes me gustan, porque Santiago me ha invitado a amar este lugar, porque Aura estará aquí siempre, aunque me pese o aunque así lo desee; no sé bien qué siento en realidad por esa mujer a la que nunca he visto pero a quien conozco bien.
Hoy mi musa está poco locuaz. Apenas he empezado a aporrear las teclas de mi ordenador, ha desaparecido del salón. Por ahí andará; últimamente parece celosa...
Una hora más tarde, al mirar mi reloj, me he dado cuenta de que es la hora de mi tertulia con Santiago. Últimamente el viejo anda un tanto despistado, disperso diría yo..., repite las cosas y fija la mirada como si contemplara algo a través del amplio ventanal de la cafetería. Le pregunto y no responde, más bien creo que evade responderme. Le noto cansado, como si estuviera apagándose, parece la llama de una vela que se consume. Contarme la historia de Aura ha debido suponer para él un gran esfuerzo. Ahora lo sé porque, en alguna ocasión, se le hacía un nudo en la garganta cuando me contaba algún pasaje especial, como si lo estuviera viviendo en el presente y no fuera recuerdo. He llegado a pensar que Aura era para él como una hija. Nunca he preguntada por ella a nadie más del pueblo. Aunque me han acogido como a uno más, solo he hecho verdadera amistad con Santiago y temo que, tomaran mis preguntas como indagaciones casi policiales y no como mera curiosidad.
UNO DE ENERO DE 2016Santiago ha muerto.
Su hija Adela ha venido en persona a darme la noticia. No la he nombrado hasta ahora porque esta historia no habla de mí ni de Santiago ni de su única hija, una mujer viuda y sin hijos, con la que vivía mi amigo. Poco nos vimos; dos o tres veces en casa de Santiago, de las pocas veces que hemos faltado a nuestra cita en el bar porque él se ha encontrado enfermo y he sido yo quien ha ido a visitarlo en su casa. Pero ya que ha tenido la deferencia de comunicarme la noticia el primero, por encima de los viejos del pueblo que, hasta que llegué yo, eran sus contertulios en el bar, la nombro y la describo, en justo homenaje a mi amigo y a tantas tardes en las que sonreímos juntos, acompañados de una rubia fría y espumosa.
Adela ha llegado con el rostro desencajado y el maquillaje de los ojos corrido -ha debido estar llorando toda la noche; no me atrevo a preguntar cuánto tiempo ha estado mi anciano amigo esperando a la Muerte para emprender su último viaje - y se ha abrazado a mí. Ya, nada más abrirla, sabía qué había pasado y se me han desbordado los ojos de lágrimas, al instante. He sentido la calidez de sus brazos y he llegado a sentir al anciano, dándome un último adiós a través de su hija.
He querido despedirme de mi amigo como se merecía: primero he hablado con él y le he comentado cómo llevo la novela. Tras esto, le he prometido que Aura no morirá nunca.
La gente que había acudido a la casa de Santiago para darle su último adiós, me ha mirado desconfiada. Me importa un bledo; solo mi amigo y yo sabemos de qué hablábamos y sé que ha sonreído al ver que nuestra conversación causaba tal estupor entre los asistentes al velatorio. Y segundo, he abrazado a Adela y me he ido al bar. He pedido dos cervezas y he brindado imaginariamente con mi amigo. Sé que ha sido en ese instante cuando Santiago ha partido feliz.
LA NOCHE DEL 1 DE ENERO DE 2016Por primera vez hace frío este invierno. Ha entrado de pronto, sin avisar, y he tenido que encender la chimenea. Nunca había encendido una chimenea en mi vida. Ha sido más complicado de lo que pensaba pero, finalmente, lo he logrado. Una horas más tarde estoy en mangas de camisa y he cogido mi bloc para transcribir y dar forma a las pocas notas que me quedan. Aura volverá a nacer. Hoy es la noche. Hace unas horas despedía a Santiago y dentro de muy poco voy a presentarme ante Aura. Me siento extraño, como si fuera a hacerlo desnudo, como venimos al mundo. Supongo que me siento así porque creo que es como si tanto Aura como yo hubiéramos elegido este día para nacer juntos. Me pregunto si Santiago también ha elegido este día concreto para morir. Qué final tan extraño para acabar esta novela. Alba no ha venido hoy a verme y, aún así, sé que hoy acabaré la historia.
Una hora para que acabe el día y he puesto la palabra FIN a la historia de Aura. Estoy temblando aunque en la casa hace calor. Es la emoción. Se me ha nublado la vista. Acabo de darme cuenta de que estoy llorando. Echaré de menos a Santiago. Gran hombre fue...
Hoy la casa huele dulce; se percibe en el aire un olor a almizcle mezclado con el olor a madera de olivo que se consume en la chimenea y con flores silvestres. Supongo que son las flores que luce Alba en su pelo. No la veo pero sé que está aquí..., aunque me esquiva. Está celosa. ¡Mujeres!
De pronto, llaman a la puerta y doy un respingo. Me había quedado dormido... ¿Quién será a estas horas? Miro a través de la mirilla pero no veo bien. Hay una sombra frente a la puerta. Quien se halla tras esta da un par de pasos atrás. Me froto los ojos y fijo la vista en la figura que comienza a hacerse más nítida. Es una mujer. No es Adela...
- ¿Puede abrirme, por favor?
- ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? Es muy tarde...
- No me conoce y le parecerá raro que me presente de este modo y a estas horas en su casa. Pero es que no tengo dónde ir. Por favor, se lo ruego, ábrame. Soy del pueblo, no soy una extraña...
No sé por qué lo hago, pero abro la puerta. Está frente a mí, empapada y tiritando. -Ha llovido mientras me he quedado dormido-. Su cabello está chorreando y su ropa, pegada al cuerpo, dibuja un hermoso cuerpo. Me avergüenzo por mirar pero no he podido evitarlo.
La invito a pasar, corro al baño y le ofrezco una toalla con la que se seca el cabello. Voy a mi habitación y busco una camiseta y un pantalón de pijama. Extiendo mi mano y le doy la ropa. La coge y comienza a desnudarse sin pudor alguno. Me doy la vuelta, enrojecido por la vergüenza.
Es una mujer joven, no ha cumplido los treinta. Tiene el cabello castaño y los ojos verdes. Es hermosa, indescriptiblemente hermosa. Continúa secando su cabello y se ha acercado a la chimenea. Su figura se dibuja en la pared. No puedo parar de mirarla pero no me atrevo a decir nada. De pronto, ella rompe el silencio. Antes de que comience a hablar, una sonrisa se dibuja en su cara, tímida y a la vez serena. Parece que me conociera pero no nos hemos visto jamás. Curiosamente también ella me es familiar.
-Se preguntará usted por qué estoy aquí y quién soy. Es normal... Aún no comprendo cómo me ha dejado entrar en su casa, pero se lo agradezco mucho. Supongo que aún hay personas que confían en las personas. Yo..., yo vivía aquí, en esta casa.
La miro... y en ese momento..., la reconozco.
-Ahora que lo pienso..., ni siquiera me he presentado. Todos me llamaban Aura en el pueblo pero en realidad no me llamo así. Permita que me presente, mi nombre es Alba...