Esos secretos míos
te los regalo.
Se hacen realidad,
ya no los guardo.
En tus abrazos se cobijan
y no en mi hastío.
Renuncio a la carga
del amor invisible,
del amargo e inconfesable,
del baldío.
Me dejo llevar
por ese único,
blanco en el corazón ahora,
aunque la razón sepa
que tal vez mañana
vuelva a ajarse,
y desluzca, de nuevo,
amarillo.