A esas horas en las que el sol comienza a despedirse en el horizonte, y la tarde se viste de poesía por los rincones, se hallaban un grupo de mujeres sentadas en el soportal de una casa, protegiéndose de los rigores del largo estío.
Enfrascadas en sus banales y rutinarias conversaciones sobre los programas del corazón de la tele, se vieron sorprendidas por la llegada de dos mujeres con muy buena planta, de andares sueltos y sonrisa burlona, ataviadas con finos y atractivos modelos de temporada.
Eran dos amigas que habían acudido a aquel rincón con motivo de una visita familiar.
Todas las miradas se volvieron con enorme interés hacia las recién llegadas.
Era como si un espectáculo televisivo de esos que tanto les gustaba, hubiera llegado hasta ellas, así, de repente, pero en fino.
Sin voces, sin increpar, sin corregir, sin reprender, sin sermonear.
Elegantemente, con gusto, con simpatía.
Daba la sensación, de que, los ojos de aquel grupo de mujeres se iban a salir de las órbitas, por el interés que mostraban en escudriñar a aquellas féminas que habían roto con su presencia la paz de la tarde.
Aquellas reuniones, eran sagradas. El tiempo en que se afanaban por comunicarse sus cuitas, sus planes y la problemática de sus rutinas diarias.
Era un pueblo muy pequeño, con pocas posibilidades de tener actividades que alimentaran su espíritu.
Y en aquel ambiente de compañerismo femenino, se arrogaban la facultad de hacer crítica -no muy constructiva a veces- de juzgar a quien pudiera traspasar sus dominios.
Viejos prejuicios anclados en costumbres ancestrales se codeaban con la razón.
Siempre respetando esas costumbres sin salirse ni un palmo de lo establecido.
Eran buenas personas, no cabe duda.
Quizá, un poco limitadas en sus apreciaciones, en las que ellas creían tener la razón.
Pero ¿Quién no se equivoca?
Lo único perverso, quizá, era el llevar chismes de acá para allá sembrando cizaña sobre la vida de los demás.
Ideas que se formaban, a su manera, por el simple echo de observar lo que veían a primera vista.
Sin profundizar más.
El correveidile, formaba parte de sus vidas de manera trapichera y embustera.
Lo mismo te subían a un pedestal, que te arrojaban a las tinieblas de un plumazo.
Y por supuesto, se sentían orgullosas de su pertenencia al grupo.
Es una reacción emocional la que les llevaba a juzgar la primera impresión a través de los rasgos faciales y físicos y su comunicación no verbal.
De ahí pasaban a denominar buenos y malos, y si el sujeto era de fiar o no.
También intervenían la envidia y los celos, que surgen de las necesidades no cubiertas y emociones mal gestionadas.
Todo un mundo oculto en su interior y próximo a salir al exterior a la menor ocasión.
Las dos amigas saludaron atentamente al pasar.
Ellas, respondieron al unísono clavando sus miradas en ellas hasta perderlas de vista.
El resumen del juicio vendría después, mientras ellas se alejaban calle abajo.
No en vano decía Bertrand Russell: "El interés generalizado en el chisme está inspirado, no por conocimiento, sino por la malicia: nadie chismea sobre las virtudes secretas de otras personas, sino sólo sobre sus vicios secretos.