El caso de Nueva York es emblemático. La “tolerancia cero” permitió bajar la criminalidad, pero generó fuertes polémicas. ¿Cuáles son las causas del delito?
“Hace 20 años, caminar de noche por las calles de Manhattan era más que peligroso. La combinación de vandalismo juvenil, epidemia de crack y corrupción policial arrojaba cifras alarmantes. Hoy Nueva York está mucho mejor y basta un paseo nocturno por alguno de sus barrios para entender por qué es considerada la ciudad más segura de Estados Unidos”, cuenta a Infobae América Oscar Eduardo Terminiello, técnico superior en seguridad pública de la Universidad de Barcelona, España.
El cambio se empezó a gestar a partir de 1994, con la asunción de Rudolph Giuliani como Alcalde. Para revertir los altos índices de criminalidad, nombró Comisionado de Policía a William Bill Bratton.
“El buen trabajo de Nueva York tuvo que ver con muchos factores. Se implementaron procedimientos muy nuevos, con sistemas computarizados que muestran exactamente dónde se producen los delitos. Además, antes los policías aguardaban en las comisarías a ser llamados, pero desde entonces se los comenzó a desplegar por las zonas donde se cometía la mayor cantidad de crímenes”, afirma Freda Adler, criminóloga de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, en diálogo con Infobae América.
Todas estas políticas se enmarcaron dentro de un plan general que fue bautizado como “tolerancia cero”. Hacer pintadas en las calles, saltar los molinetes en el metro, o beber alcohol en la vía pública son todos delitos menores, habitualmente tolerados por las fuerzas de seguridad. La idea de la “tolerancia cero” es que actuar también sobre esos delitos menores -respetando las penas que establece la ley- es una forma de construir orden y prevenir crímenes más graves.
“Otro punto clave del plan fue la descentralización de la fuerza policial. La corrupta y burocrática estructura vertical del Departamento de Policía de entonces fue reemplazada por un sistema que otorgó más responsabilidades y poder de decisión a cada una de las 76 Comisarías distribuidas entre Manhattan, Brooklyn, Bronx, Queens y Staten Island”, explica Terminiello.
Contrariamente a lo que se podría pensar, esto se realizó sin incrementar sensiblemente la cantidad de policías. “Se tomaron medidas para que tuvieran mayor presencia en la calle, como comprar muchos vehículos y desarrollar patrullajes unipersonales”, dice a Infobae América el doctor en ciencias penales Martin Etchegoyen Lynch, miembro de la Asociación Internacional de Analistas Delictuales y director de Crime Down Consulting, consultora criminológica con sede en Los Ángeles, California.
Darle mayor poder a la Policía era riesgoso. Mucho más en una fuerza tan involucrada con la delincuencia como era la neoyorquina. Por eso fue necesario crear un contrapoder. “Se desarrolló una unidad muy estructurada de asuntos internos. Es una unidad armada que se dedica a hacer procedimientos y a capturar agentes corruptos”, explica Etchegoyen Lynch.
Las estadísticas de encarcelamientos muestran la radicalidad del cambio que se produjo en las políticas de seguridad. “Estados Unidos -dice Etchegoyen Lynch- subió de 150 a 700 la cantidad de presos cada 100 mil habitantes. Las medidas apuntaban a sacar al delincuente de la calle”.
Por eso, para algunos se terminó cayendo en el extremo opuesto. “Tenemos prisiones superpobladas y estamos lidiando con ese problema, intentando que no se encarcele a las personas sin fundamentos sólidos”, cuenta Adler.
“La acusación más común es que los policías, en nombre de la ‘tolerancia cero’, avasallaban las libertades individuales, sobre todo de afroamericanos y latinos. Pero muchos vecinos neoyorquinos agradecieron el cambio”, dice Terminiello.
Las causas del delito “Hasta los años 90 -dice Etchegoyen Lynch- la criminología estudiaba las causas del delito sin llegar a resultados concretos. Pero con Bratton llegó una nueva ola. Lo que él decía es que había tantos delitos como delincuentes en la calle. Lo importante era entonces cómo desplazarlos y prevenir nuevos crímenes”.
Pero que el foco ya no estuviera en preguntarse por los orígenes de la criminalidad, sino en desarrollar las mejores estrategias para reprimirla, no significa que no existieran supuestos acerca de por qué se produce.
Una idea recurrente es que la pobreza es la principal causa del delito. Pero Etchegoyen Lynch descarta la asociación. “La delincuencia no tiene que ver con la pobreza. De hecho, los máximos niveles de criminalidad en Nueva York se detectaron en momentos en los que el desempleo estaba en el mínimo. Por otro lado, el país con menor índice de delitos por habitante es Myanmar, que es un país pobre”.
En ese contexto aparece la Teoría de las Ventanas Rotas, que inspiró algunas de las medidas aplicadas durante el Gobierno de Giuliani. “Hay barrios en los que se produce un ambiente de anomia, donde nadie se preocupa por el aspecto físico del lugar. Por eso se ven autos abandonados, grafitis en las paredes y ventanas rotas”, explica el psicólogo y sociólogo Philip Zimbardo, de la Universidad de Yale, en diálogo con Infobae América.
La idea sería que se produce una retroalimentación entre el ambiente y los comportamientos. La ausencia de instituciones públicas y privadas que regulen a las personas se manifiesta en el ambiente, que a su vez refuerza esas ausencias. Por eso se creía que impedir el deterioro de los barrios era una manera de regular las conductas de los vecinos, y así prevenir el delito.
“El orden llama al orden. Patrullas salían a cubrir los grafitis pintados en las paredes. No importaba que las pandillas volvieran a dibujarlas, porque a la mañana siguiente volvían a taparlos. Así todos percibían que había orden”, dice Etchegoyen Lynch.
Los barrios marginados, o ghettos, en donde el Estado y el mercado no ingresan, son unas de las principales fuentes del delito que, lógicamente, tiene a los vecinos de esos mismos barrios como sus principales víctimas. Es un fenómeno típico de las grandes ciudades y se relaciona con la manera en la que se manifiesta la pobreza en esos centros.
“Es importante concentrarse en las zonas de exclusión y marginación de la ciudad. Asegurarse de que los niños concurran a la escuela e incentivar el desarrollo del capital social de quienes viven allí”, sostiene Adler como una estrategia complementaria para reducir el delito y mejorar la calidad de vida de la población.