Revista Literatura

Secretos de Robert Louis Stevenson

Publicado el 16 octubre 2011 por Migueldeluis

Resumen del primer capítulo de “The Art of Writing” de Robert Louis Stevenson

Secretos de Robert Louis Stevenson

Nada desencanta tanto al hombre como que le sean enseñados los mecanismos y resortes del arte. Todas nuestras artes y ocupaciones yacen totalmente en la superficie; es en la superficie donde percibimos su belleza, idoneidad e importancia; y escudriñar debajo ser espantado por su vacuidad y disgustado por lo basto de sus cuerdas y poleas.

La elección de las palabras

El primer mérito que atrae de la páginas de un buen escritor, es la apta elección y contraste de las palabras que emplea.

De todas las artes, sólo la literatura está condenada a trabajar con un mosaico de palabras finitas y rígidas. No es posible emplear ninguna de esas supresiones por las que las otras artes obtienen alivio, continuidad y vigor sino que cada palabra, frase y párrafo debe moverse en progresión lógica y transmitir un mensaje definido y convencional.

Y sin embargo el efecto de las palabras de Shakespeare es distinto al de las de Cervantes. E incluso los escritores de primera clase no tienen el monopolio del mérito literario. Hay un sentido en el que Cicerón es mejor que Tácito o en el que Voltaire sobrepasa a Montaigne: no yace ciertamente en la elección de las palabras, ni en el interés de la materia, ni en la fuerza del género.

La red

La red o la trama: una rede al tiempo sensual y lógica, un tejido elegante y fértil: eso es el estilo, ese es el cimiento del arte literario.

El motivo y fin de cualquier arte es hacer una trama, sea de colores, imágenes, sonidos o líneas, consciente o inconscientemente es siempre imperativo que se cree una trama.

La comunicación ordinaria puede hacerse con frases rotas, pero no es esto lo que llamamos literatura. El papel del artista es tejer sus significado de modo que cada oración, por frases sucesivas devenga en primer lugar en una suerte de nudo, y entonces, después de un momento en el que se suspende el significado, se resuelva y aclare por sí solo. En cada oración apropiadamente construido debería siempre poder observarse este nudo para que (aún delicadamente) seamos guiados a prever, a esperar y luego a recibir las sucesivas frases. Este placer puede ser elevado por un elemento de sorpresa, como ocurre, muy groseramente, en la figura común de la antítesis, o más sutilmente, cuando se sugiere una antítesis que luego se evade.

Cada frase, además, debe ser bella en si misma; y entre la implicación y la evolución de la oración debería haber un satisfactorio contrapeso de sonido, pues nada contraría más al oído que una oración preparada solemnemente que acaba débil. Tampoco debería ser el equilibrio demasiado exacto, pues la regla principal es variar infinitamente; para interesar, contrariar, sorprender y sin embargo, siempre agradar.

El placer de observar a un malabarista es que ningún instante se desaprovecha. Lo mismo con el escritor.

La trama que satisface al oído, debe dirigirse principalmente y a través de las demandas de la lógica. Por otro lado toda palabra y frase debe precisamente iluminar el argumento. Fracasar aquí es hacer trampas en el juego. El genio de la prosa rechaza el cheville1 lo mismo que el verso. Trama y argumento viven uno en el otro; y es por la brevedad, claridad, encanto o énfasis del segundo juzgamos la fuerza y aptitud del primero.

El estilo más perfecto no es, como dicen los tontos, el más natural, sino el que alcanzando el más alto grado de elegancia se preña sutilmente de significado; o si lo hace explícitamente, entonces con la mayor ganancia de sentido y vigor.

Ritmo de la frase

Cada frase de cada oración, debería estar ser capaz de gratificar al oído a través de una composición artística de lo corto y lo cargo, lo acentuado y lo llano. Este oído es el único juez. Es imposible crear leyes, pues la única ley de la prosa es agradar2.

Contenidos de la frase

Cada frase en literatura está construida de sonidos. Cada sonido sugiere, responde, demanda y está en armonía con otro; y el arte de usar justamente estas concordancias sobre el arte cumbre de la literatura. Solía aconsejarse a los jóvenes escritores evitar la aliteración; y el consejo era bueno en tanto que evitaba las mamarrachadas. A pesar de ello, era una estupidez abominable, y los desvaríos de los más ciegos entre los ciegos, que no verán nunca. La belleza de los contenidos de una frase, o de una oración, depende implícitamente en la aliteración y asonancia. Vocal y consonante piden ser repetidas y ambas claman por ser perpetuamente variadas.

En la práctica, debería añadir, el oído no siempre es tan exigente; y los escritores ordinarios, en momentos ordinarios, se contentan con evitar lo que es desagradable, y aquí y allá, en alguna rara ocasión, afianzan una frase o encadenan dos, con un parche de asonancia o un breve retintín de aliteración. Para entender cuán constante es esta preocupación para los buenos escritores, incluso donde sus resultados son menos evidentes, sólo es necesario fijarse en los malos. Allí, desde luego, encontrarás el traqueteo de consonantes incongruentes apenas aliviado por hiatos que rompen la mandíbula y frases enteras que los poderes del hombre jamás debieron engendrar.

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  1. Cheville es cualquier frase carente casi de significado empleada únicamente para agradar al oído. ↩

  2. Robert Louis Stevenson trata aquí del ritmo en la lengua inglesa. He prescindido de resumirlo por la brevedad que impone un blog y el menor interés que tiene a un lector en su mayoría neófito y de lengua española. ↩

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