Es una locura la cantidad de personas desaparecidas en los últimos años. Carteles y más carteles aparecen en mis redes sociales. Sé que con los menores de edad, hay la posibilidad de que se trate de sustracción por parte de papá o de mamá, y de alguna manera eso puede ser "menos malo" -no siempre-. Pero son demasiados. Se me congestiona el ceño cuando imagino a sus papás preguntándose dónde están. Me causa horror imaginar la angustia de no poder hacer nada; ese momento en que ya no hay más difusión por hacer, ni más recursos para ir a otro lugar o contratar a alguien más que colabore en la búsqueda.
¿Qué sigue en la vida de la familia cuando han pasado meses y no hay rastro de quien desapareció? ¿Qué sigue cuando han pasado años? Por más que sea dolorosa la muerte de un hijo, se cumplen los ritos de despedida, se vive un duelo y los padres pueden seguir adelante; tal vez con una cicatriz que dolerá siempre, pero "bien". No puede haber despedida -creo- cuando el hijo o la hija desaparecieron.
¿En qué momento se deja de hacer "campaña de búsqueda"? ¿En qué momento una mamá vuelve a sentarse a disfrutar de una buena cena con sobremesa y reír con los amigos, si no sabe qué es de su hijo o de su hija? Lo más probable es que necesiten atender a otros hijos, el trabajo u otras cosas, y que vayan relegando la búsqueda, sobre todo porque -supongo- se acaban las cosas por hacer.
Fui al perfil de Facebook de una mujer que publica fotos de su hermana a la que han estado buscando hace días. La vi sonriendo y contenta y me impacta cómo la vida sigue. No critico que sonría y que esté contenta; por supuesto que no. Solo me aterra pensar que mientras una mujer puede estar siendo torturada, su familia que la ama y que sinceramente espera volver a verla, está pasando bien el rato. Porque ni modo de que realmente todos y cada uno de los ratos la pasen mal, un día tras otro. Repito que no me parece "malo", me parece humano y en dado caso, hasta bueno. Pero me impacta.
Silvia Parque