Segunda oportunidad

Publicado el 09 agosto 2015 por Netomancia @netomancia
La única vez en mi vida que observé algo parecido a una centella fue una fracción de segundo antes de la explosión. Fua algo emocionante y abrumador, pero la experiencia fue efímera. Luego llegó el sufrimiento.
El turno que se despierta con la primera claridad del día se encarga del riego. Los campos son arados por la noche, en la inclemencia propia de la oscuridad. Ellos, los que aran, se acuestan en el mismo momento que nosotros avanzamos con recipientes repletos de agua.
El trabajo es minucioso, coordinado. Ninguna parcela de tierra queda sin el líquido de la vida. Cuidamos mucho de ello. Nadie habla, el silencio es señal de respeto y también de vergüenza. En el aire vuelan unos pocos alados y desde los pocos rameríos distantes se escucha algún que otro sonido solitario.
Las nubes, en lo alto, pincelan al cielo con esos trazos claros y desprolijos que sin embargo irradian esperanza y sueños.
Cuando la faena ha terminado, regresamos lentamente hasta las cuevas. Otros saldrán en breve a rastrear malezas o alimañanas. Entre todos, buscamos sobrevivir.
Al atardecer, ya bajo ese techo precario, sumamos pieles a las que tenemos puestas. El clima comienza a enfriarse, de la misma manera que nuestros cuerpos. Un cuenco de sopa caliente nos calentará por dentro y tratará de apaciguar esa sensación extraña de estar vivo.
No siempre lo logra.
El descanso es importante. Debemos estar fuerte para el día a día. La rutina es agobiante, pero si el cuerpo está cansado, se hace el doble de difícil. Pero a todos nos cuesta cerrar los ojos. En la negrura del sueño suele aparecer el pasado en forma de imágenes devastadoras. El planeta nunca nos perteneció, pero recién ahora lo comprendemos. Nos cuesta poder adaptarnos pero no hay otro lugar donde ir.
Ya nadie habla de la venganza del planeta. Eso fue producto de la impotencia. Tan solo la naturaleza hizo su parte y nosotros estábamos donde no debíamos. Es decir, ocupando un rol que no merecíamos. La misma luz del cataclismo que nos borró del mapa es la que iluminó nuestras mentes, nuestra conciencia, nuestra capacidad de entender.
Algunos dicen que ocurrió tarde. No pienso del mismo modo. Aún estamos a tiempo. ¿Aún respiramos, no? Quizá este mundo nos esté dando una segunda oportunidad. O bien, solo se esté divirtiendo con nosotros, al menos por un rato más.
Finalmente el cansancio nos vence y caemos rendidos en el sopor sin luz de los párpados caídos. Hasta que llegan las imágenes...
Por la mañana el trajín reinicia su ciclo. Los tres soles emergen reyes del horizonte y nuestros rostros se vuelven radiantes con la luminosidad que gobierna el vasto terreno, mientras las cuatro extremidades abrazan el terreno pedregoso e inestable. Caminamos hacia los campos para darles de beber y aguardar esperanzados que la vida resurja del suelo derruido, que nuestro mundo nos perdone las impertinencias y podamos seguir viviendo como lo hacíamos antes.
El cielo sobre nuestras cabezas parece observarnos, casi con piedad. Nosotros tratamos de observar a través de su infinito paisaje, con la ilusión de no sentirnos tan solos en el universo. Aunque hoy nos conformamos con sobrevivir, en algún momento soñábamos con llegar más allá de las nubes.
Quizá si esta segunda oportunidad es tal, si podemos aprovecharla, el futuro sea un lugar mejor. Quizá. En tanto, dejamos fluir el agua a través de los surcos, aguardando el milagro.