Me acercaba a mi casa. Pensaba en Lucía y Juan. Era algo casi inevitable de hacer. Me lo había escondido mucho tiempo, y en todo ese tiempo yo le deba lo mejor de mí, aunque no le enviara cartitas o no le daba nada, pues yo no era tan cariñoso y eso ella lo sabía.
-Maldita sea-pisé caca.
El olor se había profundizado en mis fosas nasales y en el ambiente del barrio donde crecí. Camina cabizbajo y los perros me seguían tal vez por el olor. Los bordes de mis zapatos estaban embarrados por excremento color verde con algo medio rojizo. Conseguí un palito de helado y con tanto esfuerzo y asco, lo saqué. Todos me miraban.
-Hey chiquitín… vamos a jugar partido habla.
-No, no pasa nada…-respondí-estoy sin ganas tipón.
Se alejó con un bueno. Mis piernas se sentían cansadas. Al llegar a casa me reservé en mi habitación. Mis paredes pintadas y sucias daban un aspecto terrorífico a cada figura que tenía. El dinosaurio que me dieron el año pasado se mantenía de pie, firme, en su postura original. La lámpara con su luz opaca, parpadeaba mientras yo me tiraba en mi cama. Y las bellas almohadas de pluma relajaban, de una forma u otra, todo mi cuerpo. Y las sábanas que siempre se mantenían en el suelo se veían como alfombra de mal gusto. Y mis ropas sucias que desbordaban el cesto donde los ponía.
Me cambié en un zas. Agarré mi laptop y me puse a terminar de escribir ese cuentito que nunca había acabado, y que se lo iba a dar a Lucia cuando cumpliéramos los dos años de nuestra relación, no lo terminé.
Pero bueno, las cosas a veces no salen como uno quiere siempre me decía cuando todo se me complicaba. Mi cuarto era oscuro también, las cortinas tapaban todo el resplandor que el sol me ofrecía como regalo. Pero bueno, yo ya me había acostumbrado a la oscuridad desde que estuve viviendo en el último cuarto, donde la oscuridad era la luz. Increíblemente pude acostumbrarme a esa oscuridad que yo representaba como amiga. A veces le hablaba y ella sólo escuchaba mis lamentos.
Se cansó mi vista de la luz brillante de la laptop, la aparté de mi lado y me puse a pensar. Imaginaba el beso que nunca pensé imaginarme y con la cual me había robado el corazón Lucia.
¡Toc Toc!
-¡Pase!
Entró con pasos suavecitos mi hermanito menor.
-Hermanito, ven para que comas.
-Ya Abel, gracias.
-Pero hermanito apúrate porque se acaba y yo te guardé lugar para que te sientes-su vocecita de niñito, como lo era, me animaba… Era tan lindo, aunque había varias sillas en la mesa, él siempre me reservaba el que estaba a su lado derecho.
-Ya hermanito.
Me levanté con esfuerzo y Abel se acercó y me jalo de la mano con su fuerza de cuatro añitos. Lo ayudé a llevarme hacia el comedor.
Mi mamá se limpiaba la cara con un pañuelito y se puso a comer.
Abelito se acomodó en su silla y me hizo un signo de que me sentara con él. Me acerqué y me senté.
-Hijo… ¿Qué te pasa?
-Nada mamá… sólo estoy cansado, nada más.
-Ah ya hijito, entonces come y ve a dormir.
-Ya mamá.
-Pero yo quiero jugar con Josué-dijo Abel-.
-Abelito está cansado tu hermanito déjalo que descanse.
-No, está bien mamá, jugaré con él como se lo prometí.
Abelito soltó una risita preciosa que me hacía recordar a Lucia. Su voz chillona de Lucia y su risita delicada como el de un bebé siempre me cautivaban.