Revista Diario

Seguro que la Inquisición hacía algo así...

Publicado el 12 abril 2011 por Negrevernis
He tenido que volver.
Joaquín me esperaba en la puerta: acaba de llegar, pues aún llevaba la ropa de calle. Unos minutos más tarde aparece su enfermera, que ha elegido para la ocasión bata de purísimo blanco -blanco, como el vestido de novia de la chica que se casó en aquella ciudad el mismo día que yo. Ella me invita a pasar con voz alegre a la sala de la izquierda. Elige cuidadosamente la caja de guantes -también blancos- de la talla pequeña.
Miro a mi alrededor. Sentir miedo al ir al dentista es un instinto primario, una especie de llamada de la Naturaleza y del subconsciente primitivo: el cerebro más primario percibe una anomalía, una amenaza casi latente y desconocida, y, por eso, más peligrosa. Amenaza y sensación de pánico ahogado que aumenta ante el brazo métalico en gris y blanco de los instrumentos que tengo delante, desfilando profilácticamente en la bandeja móvil. Al fondo, bajo la ventana, el legalizado maletín de primeros auxilios con respirador de oxígeno -dice-, que no me anima en esta hora torera de las cinco de la tarde.
Ella se pone a la tarea, como si tal cosa, tras dejar a mi lado un vaso azul que huele a pasta de dientes y antibiótico de dentista. El torno gira dentro de mi boca -riiiñññic, riiiñññic, rrrrr- mientras se afana en limar y limpiar; tiene cuidado en no tocar ni un milímetro de mis sensibilizadas encías, pero no lo consigue, y resisto apenas mientras aprieto los nudillos de ambas manos -noto que deben de estar ya casi níveos. Si pudiera mascar algo (es decir, si me dejara el aplicador de agua, el torno, el espéculo y la mano derecha enguantada), masticaría tensión. Riiiñññic, riiiñññic, rrrr. Casi prefiero los empastes, pienso...
- ¿Qué tal va? -pregunta Joaquín, asomándose por la puerta y preguntando con su voz cantarina-. ¿Aguanta bien?- Nada, no aguanta nada -responde ella, riéndose a medias, mientras pongo la mejor cara de circunstancias que puedo en mi situación.
Se vuelve apenas hacia mí para recordarme la necesidad de hacer una limpieza bucal cada seis meses, usar colutorio e hilo dental, así como pasta especial para encías. Repite todo como quien tiene una lección bien aprendida, mientras asiento levemente para hacerle caer en la cuenta que eso ya lo hago diariamente y varias veces -como mandan los cánones- y que en esta hora tardía cualquier comentario sobra. El sonido afilado del torno atacando mis coronas y cuellos molares se agolpa en mi oído interno mientras ella habla: riiiñññic, riiiñññic, rrrr. Recorro mentalmente las piezas que faltan para salir de esta situación que emula, más bien, una fina tortura inquisitorial por pecados aún no cometidos...
Seguro que la Inquisición hacía algo así...

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