Seis menos cuarto de la tarde, la brisa agitaba la ventana. Emmanuel se levantó de un sobresalto, el libro de Hemingway, que leía antes de quedar dormido, caía por algún lado de la habitación.
Abrió la ventana, la brisa revoloteaba por todos los rincones danzando con hojas y arena, que se espolvoreaban entre los transeúntes. Sonrió, mientras observaba.
Imagen tomada de la web
Lucrecia, su vecina, bailaba un merengue pegajoso, que sonaba en la taberna de la esquina. Tarareaba la canción y bailaba, mientras al parecer esperaba a alguien. Su vestido de englobaba, ella peleaba con la brisa, mientras bailaba.
La brisa contagiaba de alegría a unos, otros miraban al cielo presagiando próximas tempestades.
Emmanuel, detallaba cada movimiento de Lucrecia, embelesado. Mientras ella, subía al auto de su amigo, recogía su cabello rizado, para luego abrazar y besar a su amigo. Este último arrancó con prisa, cortando con las latas de su auto, el camino de hojas elaborado por la brisa.
Emmanuel, como la última vez, se llenó de enojo. Esta vez, su percepción cambiaba, tal vez se aproximaba una tormenta, como la que él vivía desde hace tiempo con Lucrecia.
Por: MARjorie