Acabo de mudarme de casa. Acumulé tantas cajas en el portal que mis pobres vecinos apenas podían desplazarse entre los huecos con sus sillas de ruedas (el olorcillo a muerte que desprende este piso, del que ya he hablado en otra ocasión, ha sido un motor importante para decidirnos a buscar otros aires, lo confieso).
El caso es que leo con gran admiración sobre esa gente que se propone vivir con cien objetos, ni más ni menos. Haz cuentas: ropa interior, un par de pijamas, cepillo de dientes (todo cuenta) y... voilà. Se te acabó el cupo.
Supongo que lo que me rodea en mi nueva casa –estas cajas sin abrir llenas de cosas de las que debería haberme desprendido lustros atrás, como los apuntes de la clase donde aprendí a usar el tipómetro– influyen en que estos días me sienta igualmente abrumada por el inabarcable universo digital. Esto de no saber si uno es persona o usuario, ¿no se os hace un poco raro? ¿Es necesario leer estas líneas? ¿Y saber utilizar todas las redes sociales? Y, sin embargo, es aquí, en la red, donde me topo con palabras como estas:
"Nos hemos hundido en unas profundidades en las cuales la repetición de lo obvio es la primera obligación de los hombres inteligentes".
Puedes pasarte horas y horas buscando lo obvio en Internet, donde todo tiende al infinito. Me rindo. Me quedo con proyectos como el de Smith Magazine con sus memorias de menos de seis palabras. El equivalente a desprenderse de todos los trastos inútiles, tipómetro incluido. Los usuarios-persona de este sitio resumen su vida de esta guisa (traducido del inglés):
Aprendí a leer entre líneas. 18, hace sólo 25 cortos años. Breve descripción de mi vida: aburrida. Mi vida comenzó con un orgasmo. Largo viaje comienza con una muerte.
¿Cuáles son tus seis palabras?
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Yo todavía hago café para dos (Zak Nelson)