Seis y quince. La bocina se escucha desde lejos. Un sonido prolongado, de reinvindicación de espacios. Ladridos de bienvenida (o de enojo, por interrumpir el sueño) en la quietud de la noche.
Otro bocinazo. Reverberado, al aire, con dientes apretados. Los rieles tiemblan y el tren avanza, buscando otros andenes.
No parece una mañana más. O sí. Puedo imaginar el optimismo del maquinista, conoceder de vías y durmientes, de encarrilamientos y traiciones, de tropiezos y proyectos. Casi como la vida.