Lamentablemente, la semana que hoy termina fue una semana de terrorismo en varios países del mundo. La prédica constante del odio en internet, en mezquitas y en madrasas tuvo su efecto trágico.
Ataques a mansalva en Montreal y Ottawa, dejaron dos soldados canadienses muertos. Los atacantes, dos ciudadanos canadienses recientemente convertidos al Islám y que se hicieron eco del océano de propaganda anti-occidental que hierve en la internet, en las mezquitas y en las madrasas. Individuos perturbados, lobos solitarios, pero que no hubieran llegado a cometer tales atrocidades sin ese profundo lavado cerebral.
La semana siguió con el atentado en Jerusalén, Israel, contra gente que esperaba el tren. El atacante, un joven palestino que los atropelló con su auto. Falleció allí una mujer ecuatoriana, una bebé de tres meses y quedaron varios heridos. Sin duda, una receta similar a la de los ataques anteriores: un individuo 'enloquecido' de odio por la propaganda constante en la media que él escucha y lee.
Y la semana quiso terminar en New York, con un hombre atacando a la Policía con un hacha. También, en este caso, un ciudadano convertido al Islám que participaba activamente en sitios islámicos extremistas en internet.
El patrón se repite una y otra vez y es obvio para cualquiera que tenga un mínimo de cariño por la realidad. El ataque en Francia contra un colegio de niños judíos que dejó cuatro muertos, y el ataque en Bélgica contra el Museo Judío que dejó otros cuatro muertos se enmarcan también en la fórmula propagandística: 'distribuye odio - alguien lo llevará a la práctica'.
Por eso, una herramienta esencial para derrotar al extremismo islámico es controlar QUÉ se está hablando y pregonando en los sitios web islámicos, QUÉ se está predicando en las mezquitas y QUÉ se está enseñando en las madrasas. Sin reconocer que allí está el nido del problema y que es allí donde debe neutralizarse y detenerse, todos lo demás será inefectivo.